miércoles, 31 de agosto de 2011

Randazzo prefigura la batalla que se avecina

Las acusaciones formuladas por el ministro del interior, Florencio Randazzo, contra los diarios Clarín y La Nación por las informaciones referidas a irregularidades en la elección del pasado 14 de agosto, pone de manifiesto hacia donde el kirchnerismo presumiblemente se dirigirá una vez que haya logrado la victoria el próximo 23 de octubre.

Tanto Clarín como La Nación han informado acerca de que, sin perjuicio del amplio triunfo del oficialismo, hubo algunas maniobras poco claras en cuanto al desarrollo del comicio. Esto es algo en lo que todo el arco opositor coincide y existen abundantes indicios de que estas irregularidades existieron. Los medios no gubernamentales informaron acerca de estos hechos, tal como corresponde, dada la trascendencia de los episodios. Por supuesto, para los medios oficialistas, estos hechos sencillamente no sucedieron.

Los jueces con competencia electoral, después de admitir que había cuestiones turbias en relación con los escrutinios, se negaron a recontar los votos. Por lo tanto, el resultado definitivo de la elección ratificó el resultado provisorio. Y Randazzo se agarró de eso para tomarse la atribución de descalificar y condenar a los periodistas y los medios que informaron acerca de las irregularidades en la elección.

Nada de esto sorprende, por cierto. Ya sabemos qué clase de gente son los kirchneristas y qué naturaleza moral tienen. Pero esas cuestiones son, en definitiva, un problema que les atañe a ellos. Lo que resulta atemorizante es que este tipo de actitudes, como la que Randazzo mostró hoy, prefiguran el escenario que el kirchnerismo intentará montar de ahora en más. Claramente, el propósito del gobierno es silenciar todas las voces que intenten poner en evidencia sus canalladas, sus delitos, sus avasallamientos y sus mentiras. La idea con la que el oficialismo opera es que nadie lo contradiga, que se uniformicen las expresiones públicas, que no haya voces disidentes. El propósito, en definitiva, es legitimar la dictadura que se proponen instaurar para ahogar a todas las corrientes que denuncian sus atropellos y procuran salvaguardar la libertad y la dignidad humanas que el kirchnerismo quiere aniquilar.

Se perfila, por lo tanto, una dura batalla. El kirchnerismo es un enemigo poderoso e inescrupuloso, que no vacilará en recurrir a ningún medio para imponer su falaz versión de la realidad. A los efectos de lograr sus propósitos, los esbirros del gobierno, como Randazzo, estarán dispuestos a apelar a todo tipo de hipocresías, mentiras e inmoralidades. Es cierto que el gobierno ganó la elección. Pero también es cierto que hubo irregularidades. Y está bien, no mal, que los medios no gubernamentales señalen esos hechos que el multimedios oficialista monopólico ignora. Es lógico que para un gobierno con propensiones totalitarias las voces de los medios que señalan las conductas inmorales del kirchnerismo resulten incómodas y, por lo tanto, se esfuercen por descalificarlas.

Eso es lo que se viene ahora, el intento por impedir, dificultar, desvalorizar todo tipo de oposición a la gestión de este gobierno inmoral que se siente –con razón, por cierto- muy fuerte porque ha ganado ampliamente una elección. Pero una victoria electoral, por amplia que sea, no convierte en elogiable aquello que es repudiable. El kirchnerismo no ha pasado a ser más meritorio porque haya ganado una elección. Por el contrario, sigue siendo tan canallesco como siempre lo fue, quizá ahora más aún porque se siente legitimado. Frente a esto, el camino es la resistencia y, cuando las circunstancias lo permitan, el contraataque. En este momento, la victoria parece lejana. Pero el enemigo también tiene debilidades. Y nosotros tenemos fortalezas latentes. Llegará un momento en el cual la relación de fuerzas se invertirá. Y entonces la pesadilla kirchnerista habrá quedado atrás.

martes, 30 de agosto de 2011

Hacia el día después de la próxima derrota

La inevitabilidad de la victoria del kirchnerismo el próximo 23 de octubre obliga a evaluar el escenario político futuro en base al supuesto de que el actual gobierno tendrá mandato por cuatro años más. La posibilidad de que, antes de esa fecha, surja algún candidato que pueda competir con la Presidenta es nula. La cuestión, por lo tanto, es qué posición debemos adoptar aquellos que tenemos una visión crítica respecto de la gestión del actual gobierno.

El primer paso es tratar, por todos los medios, de prevenirnos contra los eventuales intentos de hegemonización que, previsiblemente, el kirchnerismo intentará concretar. La lógica de los acontecimientos marca que los K procurarán manipular el sistema institucional para perpetuarse en el poder. Cuando Aníbal Fernández dice que la idea de una reforma institucional está descartada, la interpretación que corresponde hacer es que ya tienen redactada la nueva Constitución que tratarán de imponer “a libro cerrado”. Sólo quien sea muy ingenuo puede incurrir en el error de creer en las declaraciones de los gobernantes a quienes el pueblo argentino eligió. Los K son, lisa y llanamente, unos mentirosos. Por lo tanto, nada de lo que dicen merece el menor crédito. Si alguna vez, por excepción, dicen la verdad, será porque en ese caso específico les conviene hacerlo. Pero como regla general mienten siempre. Por ende, corresponde esperar de ellos, siempre, lo peor. Es lamentable tener que decir esto pero el pasado los condena. Si a lo largo de estos más de ocho años hubieran actuado de otro modo, podríamos tener otro concepto de ellos. Pero ellos se han ganado, con su propia conducta, el desprecio de cualquier persona que valore la ética, la verdad y la tolerancia.

Sería importante que, en vista de que resulta imposible derrotar a la Señora, los partidos de oposición pudieran obtener la mejor representación parlamentaria posible. Eso sería de una gran ayuda a los efectos de evitar, por lo menos, los desbordes institucionales más ostensibles. Obviamente, los K no tienen problemas en vulnerar las facultades parlamentarias en cuanta ocasión lo necesiten. Si las leyes no salen como ellos quieren, aplican un decreto de necesidad y urgencia y resuelven el problema. Pero no pueden reformar la Constitución para perpetuarse en el poder por medio de un DNU. Eso ya sería un escándalo demasiado grave como para que puedan concretarlo. Por lo tanto, una buena representación parlamentaria opositora sería importante al menos para que no consigan los dos tercios necesarios para reformar la Constitución. La implementación de un buen sistema de fiscalización para asegurar que los resultados de la elección no sean fraguados sería una buena medida, dentro de las posibilidades que los partidos de oposición tienen a su alcance

En este sentido, es importante destacar que no son lo mismo los diputados del PRO, la Coalición Cívica o la UCR que los peronistas disidentes o los socialistas. PRO, Coalición Cívica y radicalismo, son partidos bastante confiables en cuanto a que no se dejarán seducir por el gobierno. En el caso del PRO hay algunos malos antecedentes pero ahora Macri está en una posición política lo suficientemente fuerte (como no estaba antes) para contener a su gente. La Coalición Cívica y la UCR, en particular en temas donde está en juego la institucionalidad, son confiables. Pero el socialismo está muy cerca del kirchnerismo en términos ideológicos y los peronistas disidentes son fácilmente “comprables” (no en todos los casos pero las listas sábana están plagadas de sorpresas).

La cuestión que se plantea es qué ocurrirá después del 23 de octubre, cualquiera sea el resultado. El kirchnerismo intentará, presumiblemente, hegemonizar todos los espacios políticos. ¿Y la oposición? Cabe conjeturar que los únicos políticos opositores que saldrán razonablemente bien parados del proceso electoral de este año son Macri y, posiblemente, Binner. Pero Binner está en una postura superpuesta con la del gobierno, en tanto que Macri mantiene más distancia, sin perjuicio de que procure evitar confrontaciones innecesarias que le compliquen su gestión como Jefe de Gobierno. Es altamente probable que Macri emerja del proceso electoral de este año como el opositor mejor posicionado y que procure de ahora en más desarrollar su estructura política en el ámbito nacional para erigirse en candidato presidencial con aspiraciones en 2015. Por lo tanto, lo que se nos viene es un escenario en el que el kirchnerismo intentará aprovechar el envión para “llevarse por delante” las instituciones de la república y Macri procurará diseñar su estructura nacional para competir con posibilidades en 2015. Dentro de este escenario, si fuera posible, habría que tratar de encontrar un lugar para el liberalismo.

jueves, 25 de agosto de 2011

La Presidenta seduce pero muchos se dejan seducir

Un fenómeno que llama poderosamente la atención de las elecciones primarias del 14 de agosto es el hecho de que mucha gente que presumiblemente debería tener una visión crítica respecto del actual gobierno, se haya inclinado por el kirchnerismo. Por cierto que, obviamente, cada cual hace con su voto lo que quiere. Pero existen ciertas orientaciones electorales que resultan sorprendentes.

Es entendible que aquellos que son beneficiarios directos de la política kirchnerista se pronuncien en favor del gobierno. Es incluso entendible que por ese motivo y, dada la extensión del asistencialismo practicado por el gobierno, los K ganen las elecciones. Pero no es razonable suponer que tanta gente que representa valores antagónicos a los que el oficialismo expresa haya concluido por resignar sus principios y se haya inclinado por el kirchnerismo. Al margen del fraude, es evidente que algo tiene que haber pasado para que este fenómeno se produzca.

Hemos ya señalado, en la nota del martes pasado, que la influencia personal de la Presidenta fue un factor determinante en el resultado de la elección. Pero para que esa seducción surta efecto, es necesario que haya un número importante de votantes que estén predispuestos a “comprar” ese “producto”. Eso, el hecho de que gente cuya adhesión al kirchnerismo no resultaba previsible, se haya inclinado por el oficialismo, es lo que verdaderamente sorprende. ¿Cómo se explica este fenómeno?

Si admitimos simplemente el argumento del plasma y Tinelli, como lo expresó Hugo Biolcati, tendríamos que llegar a la conclusión de que estamos ante un grado de relajamiento moral muy grande. Que gente a la que se le conocen principios, conducta, valores, se deje sobornar por la mísera y precaria bonanza económica que el kirchnerismo ofrece, es muy desalentador. Eso significaría que nuestro país se ha deslizado definitivamente por una pendiente de degradación ética muy profunda.

¿Es aceptable este argumento? ¿Es legítimo creer que hay en el ciudadano argentino promedio semejante dimensión de bellaquería? ¿O es de otra índole otro el factor que opera? Cabe conjeturar que existe otro componente que explique el deslumbramiento que despierta la figura de la Presidenta.

Ese elemento podría ser la fascinación intelectual, que embota el razonamiento, confunde las ideas y nubla las decisiones. La Presidenta sabe muy bien cómo manejar los recursos de comunicación que provocan este efecto. Obviamente, en este contexto, el plasma y Tinelli mencionados por Biolcati constituyen factores significativos. Y este es en verdad el motivo por el cual el gobierno sostiene tan encarnizado combate con los medios de comunicación, que están en condiciones de despertar la conciencia de la ciudadanía y llamar la atención sobre los engaños a los que el gobierno somete al pueblo.

Y es así como podemos llegar a una conclusión que explica de un modo bastante claro el resultado de las elecciones: el encanto personal de la Presidenta, puesto al servicio de un proyecto inmoral, que provocó algunos resultados económicos precariamente satisfactorios, terminó por confundir, bloquear y nublar la lucidez de muchas personas para evaluar sus decisiones electorales. Esta es una explicación que abarca la totalidad de los factores en juego y que, al mismo tiempo, demuestra lo difícil que es competir contra el kirchnerismo y su estudiada escenografía.

Hay quienes sostienen que el proyecto kirchnerista no se puede sostener porque sus principios económicos no son sólidos. En verdad, el kirchnerismo contradice todos los principios de sana administración pero lo cierto es que, a favor del precio de la soja y del real barato, su política económica no se ha desmoronado todavía. Parecería que, mientras esto no suceda, la capacidad de ejercer fascinación por parte de la Presidenta no sufrirá mella y, por lo tanto, las decisiones mayoritarias de los votantes se seguirán encaminando en esa dirección. En qué pueda derivar todo esto, es imprevisible. Pero difícilmente resulte algo bueno. El futuro se perfila muy poco promisorio.

martes, 23 de agosto de 2011

El influjo personal de la Presidenta fue determinante

La victoria del gobierno en las elecciones del pasado 14 de agosto se explica, esencialmente, por la influencia personal de la presidenta, Cristina Kirchner. No existe manera de demostrar científicamente que esto sea así pero se trata de la única hipótesis plausible. No admitir esto implicaría entonces caer en la simplificación de que los factores determinantes del voto han sido Tinelli y el plasma, como lo indicó de modo muy desafortunado el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati.

No podemos admitir esa hipótesis –la del plasma y Tinelli. No podemos aceptar que la amplia mayoría de la población del país ignore la naturaleza del actual gobierno. Todos sabemos quiénes son y qué se proponen los kirchneristas. Nadie desconoce el grado de inmoralidad y autoritarismo con el que actúan. Y por eso la adhesión que el gobierno obtuvo es desconcertante. Es cierto que probablemente haya habido una cierta dosis de fraude y que eso potenció el resultado. Pero, igualmente, la victoria del gobierno ha sido muy amplia. Suponiendo que el fraude haya sido –como mucho- del orden del 7 %, igualmente el grado de apoyo obtenido por el kirchnerismo ha sido muy elevado. Entonces, si el país entero sabe qué clase de gente son ¿cómo se explica tan categórica victoria?

Sería una absoluta simplificación atribuir todo ese apoyo a los hipotéticos errores de la oposición. Es admisible la idea de que la oposición pueda haber cometido algunos errores pero tampoco esas equivocaciones han sido tan graves. La fragmentación, que tanto se cuestiona, es una consecuencia de que hay diferencias reales entre los diferentes representantes opositores. Hubiese sido perfectamente posible, aún con la oposición dividida como se presentó, que el gobierno obtenga muchos menos votos que los que tuvo y que esos sufragios se transfieran a los diferentes candidatos de la oposición.

Pero no fue así. El gobierno obtuvo un altísimo porcentaje de adhesiones. Y entonces, la única explicación es la influencia, la atracción, la seducción personal de la Presidenta. Para aquellos que somos críticos del gobierno, este hecho es incomprensible. Nos parece ilógico que una figura política que nos repele tenga semejante nivel de apoyo. Y, sin embargo, una vez que uno logra despojarse de los sentimientos personales y aplica una mirada objetiva sobre el tema, el hecho de la adhesión obtenida por la Presidenta no es tan absurdo.

Cristina Kirchner es una persona que maneja con superlativa habilidad el arte de la actuación ante el público. Sabe con absoluta precisión cómo desenvolverse para fascinar a la audiencia. Tiene calibrados “al milímetro” cada uno de sus movimientos, de sus palabras, de sus gestos y hasta sabe sacar partido de sus errores, que la humanizan, le quitan el aura de perfección y despiertan la simpatía y la solidaridad de sus espectadores. Debemos admitir, en definitiva, que el espectáculo que la Presidenta ofrece es del agrado de mucha gente que no por eso deja de considerar muy cuestionables múltiples aspectos de la gestión del gobierno. Pero esa visión crítica respecto de la acción gubernamental fue dejada de lado el 14 de agosto para expresar la admiración que la Presidenta inspira. Sólo así, considerando que la fascinación despertada por la conducta de la Presidenta hizo soslayar las apreciaciones críticas hacia la gestión del gobierno, se puede entender que gente que es conciente de todas las irregularidades que el kirchnerismo perpetra, igualmente haya apoyado al oficialismo.

La duda que se plantea es si esta misma consideración operará de idéntico modo el 23 de octubre, cuando se realice la elección en la que verdaderamente se dirima el rumbo del país durante los próximos cuatro años. Porque, en definitiva, el 14 de agosto, se votó sabiendo que no se resolvía nada y que los resultados no tendrían vigencia efectiva. Por lo tanto, si el factor determinante para votar en una elección no resolutiva fue el encanto personal de la Presidenta, habrá que ver si, cuando llegue “el momento de la verdad”, el criterio de decisión es el mismo. Bien podría suceder que ese “glamour” tan apropiado para ganar una elección “amistosa”, termine resultando inocuo cuando haya que elegir quién gobernará efectivamente. Ese es un interrogante que, hasta el 23 de octubre, no tendrá una respuesta definitiva.

lunes, 22 de agosto de 2011

La dictadura que viene

Si el kirchnerismo ratifica el 23 de octubre la rotunda victoria obtenida el 14 de agosto, debemos prepararnos para quedar sometidos a una dictadura de la cual nos resultará sumamente difícil zafarnos porque el propio régimen se encargará de impedir que dispongamos de los mecanismos necesarios para liberarnos de su opresión.

Esta definición tan dura, tan deprimente y tan alarmante no es antojadiza, prejuiciosa ni trasnochada. Es, por el contrario, una deducción directa de la naturaleza política que el kirchnerismo siempre ha exhibido. Sólo quien sea muy necio o muy cínico puede ignorar, desconocer o soslayar las inclinaciones hegemónicas del gobierno y también el hecho de que si hasta ahora los K no se afirmaron en mayor medida en el poder es porque no lograron desactivar suficientemente los mecanismos de control y freno que el sistema social e institucional contiene. Por ejemplo, si hay periodismo que informa acerca de temas como Schoklender, inflación, acción de las corrientes opositoras, etc. es porque el kirchnerismo no logró desactivar a esas publicaciones. Pero si el gobierno obtiene el suficiente poder político como para anular a los medios independientes, toda la circulación de información quedará bajo el control gubernamental. Entonces, todos los programas serán como 6 7 8, todos los diarios informarán como Página 12 y en todas las radios hablarán émulos de Víctor Hugo Morales.

Del mismo modo, no habrá más actividad empresarial al margen de la que el gobierno permita, no habrá espacio para la aplicación de planes de estudios que no sean funcionales a los intereses gubernamentales y no habrá garantías jurídicas para aquellos que rechazamos el modo de vida que los K nos quieran imponer. Actualmente, nuestras libertades están muy restringidas pero, en lo esencial, estamos facultados para ejercerlas. Si el kirchnerismo ratifica la victoria que obtuvo el domingo 14, esas facultades tenderán a desaparecer.

Los representantes del gobierno, con su habitual hipocresía, negarán, por supuesto, que esto pueda suceder y, por el contrario, fingirán mostrarse amplios, dialoguistas y generosos. El propósito de esta farsa es desactivar la generación los mecanismos de rechazo que podrían operar como anticuerpos frente a los planes totalitarios del régimen K. Y, lamentablemente, hasta ahora, el kirchnerismo ha solido tener mucho éxito en este tipo de maniobras, que le han permitido encontrar siempre en núcleos opositores los apoyos necesarios para llevar adelante sus maniobras proclives a las prácticas autoritarias. El kirchnerismo siempre ha sido muy hábil para detectar y estimular los puntos vulnerables de la oposición.

El problema, debemos también señalarlo con claridad, es que a vastos sectores del electorado independiente la posibilidad de que esto ocurra parece no importarle demasiado. Por ejemplo, que los sectores ligados a la producción agropecuaria se hayan pronunciado mayoritariamente en favor del actual gobierno es suicida porque si el kirchnerismo gana las elecciones seguramente aplicará políticas destinadas a despojar totalmente de sus ganancias a los ruralistas. Ya lo intentaron antes y fracasó. Es obvio que los K van a ir por la revancha. Entonces ¿no sería más lógico buscar otras alternativas que legitimar a un gobierno avasallante? ¿O piensan que Boudou va a actuar igual que Cobos?

El kirchnerismo, revitalizado por una victoria tan contundente como la que obtuvo el 14 de agosto, será muy difícil de detener. Pero si no lo frena la población, que es quien tiene el poder del voto, no habrá argumentos para oponernos a sus políticas. ¿Quién tendría legitimidad para impedir que el gobierno que ganó por semejante diferencia lleve adelante sus designios? La realidad es que si el gobierno gana con semejante amplitud no habrá ningún argumento para oponerse a que aplique sus planes. Los planteamientos formalistas, tales como que vulnera la constitución, los derechos individuales, las libertades personales, etc van a quedar barridos por el aluvión electoral.

Estamos ante un muy serio problema. Uno de los gobiernos más inmorales de la historia argentina está a punto de quedar abrumadoramente legitimado por el voto popular. Cuando esa victoria se haya consumado, será prácticamente imposible oponernos a que el kirchnerismo literalmente “nos pase por arriba” y, en el caso de que intentemos oponernos, estaremos deslegitimados por la derrota en las elecciones.

Si hubiera alguna posibilidad de que tengamos en cuenta estas advertencias, sería bueno que reflexionemos acerca de ellas antes del 23 de octubre...

viernes, 19 de agosto de 2011

Los K vienen por todo

La advertencia del presidente del Comité Nacional del radicalismo, Ernesto Sanz, en el sentido de que "de persistir la tendencia que se verificó en las primarias, estaríamos ante un grave peligro institucional, que sería un desequilibrio de poder en la Argentina", es absolutamente cierta. Nadie que tenga una somera idea acerca de qué es el kirchnerismo pude ignorar lo que se viene si el 23 de octubre se ratifica o se amplía la victoria del oficialismo. Hace más de ocho años que los K vienen “mostrando la hilacha” como para que ignoremos el peligro ante el que estamos expuestos. Una victoria K implicará, lisa y llanamente, el fin de la libertad en nuestro país.

Los K vienen por todo. El objetivo del gobierno es instituir el poder total, hegemónico e ilimitado. Por supuesto que no lo dicen abiertamente, no son tan necios de expresarlo taxativamente pero, del mismo modo, tampoco podemos nosotros ser tan ingenuos de desconocer cuáles son sus reales intenciones. El kirchnerismo es un movimiento político con propensiones totalitarias y sólo quien no quiera observar la realidad podría desconocer cuáles son sus intenciones reales.

Los argentinos que valoramos la libertad estamos en problemas. Nos encontramos ante la perspectiva de que la libertad sea definitivamente aniquilada en nuestro país. Y, para colmo, los métodos a través de los cuales ese aniquilamiento está en vísperas de producirse son absolutamente legítimos e inobjetables. Si los K eliminan la libertad porque ganaron las elecciones, no habrá nada para cuestionar. Nadie podrá decir que no sabía lo que votaba ni que la victoria haya sido ilegítima. Las denuncias de fraude no tienen fundamentos sólidos y suenan más bien a pretexto que a objeción consistente.

Por eso es oportuna la advertencia de Sanz. El presidente del radicalismo ha situado el problema en su verdadera dimensión. Lo que está en riesgo no es la libertad económica, que es quizá una dimensión más sofisticada de la libertad. Lo que peligra es la libertad básica de poder decir aquello que uno piensa, de poder estar informado en forma pluralista, de poder disentir con el gobierno sin sufrir consecuencias por ello. Ante este peligro, la discusión acerca de si está abierta o cerrada la importación, si hay o no manipulación de precios, si el intervencionismo del estado limita las posibilidades de elección de los productos que consumimos, es una cuestión secundaria.

No es casual que haya sido el radicalismo el partido que advirtió acerca de ese peligro. La tradición de la UCR está nítidamente emparentada con el sostenimiento de esos valores ciudadanos básicos y los liberales más puros coincidimos con esos principios fundacionales del radicalismo, sin perjuicio de que disintamos con las inclinaciones socialdemócratas que predominan actualmente en la visión económica del partido fundado por Alem.

La cuestión clave, en definitiva, es que el pueblo argentino ha convalidado en las urnas la aniquilación de la República, seducido por un superficial bienestar económico que, por lo demás, carece por completo de sustentación en el mediano y largo plazo. Argentina se encamina, por decisión de su propio pueblo, hacia su conversión en una dictadura de hecho, aunque el kirchnerismo, de acuerdo con sus necesidades, quizá esté dispuesto a preservar algunas formas (y aún esto no es seguro).

La razón por la cual sorprende que esto suceda es que no se percibe “en la calle” un clima propenso a apoyar a una dictadura. No estamos como en las épocas de Perón, en las cuales el clima de adhesión al régimen era festivo, expresivo, bochinchero. El apoyo que el gobierno obtiene es silencioso, parco, seco, pero, en las urnas, todos los votos valen igual. Lo grave y preocupante de todo esto es que parecería que a los argentinos la libertad, la república, la democracia parecen no importarles. Pero el problema es que, de ese modo, están generando las condiciones para que los K les quiten también, cuando ya no puedan oponerse, el mendrugo con el que ahora les compran el voto. Cuando los K tengan todo el poder en sus manos, no necesitarán preocuparse de darle a los argentinos la migaja que le dan ahora para obtener su voto porque no necesitarán su voto o porque emplearán medios más coactivos para obtenerlo.

Estamos ante un riesgo muy serio y nos queda muy poco tiempo para superar o al menos atenuar los efectos del trance. En ese sentido, las palabras de Sanz fueron oportunas. Quizá esa pueda haber sido la chispa que haga propagar el incendio en el cual se inmolen las ensoñaciones dictatoriales y hegemónicas del gobierno kirchnerista.

martes, 16 de agosto de 2011

Por qué ganaron los K


La contundente victoria del kirchnerismo en las elecciones del último domingo se explica, esencialmente, por el hecho de que las expectativas mayoritarias respecto de los gobernantes son muy limitadas. No se trata de que la gente no sepa lo que es el kirchnerismo sino que, sabiéndolo, lo apoyan igualmente. Frente a esta circunstancia, no hay solución ni alternativa posible. Hasta tanto no se modifique la escala de valores predominante, no hay solución posible.

El kirchnerismo es corrupto, cínico, demagogo, mentiroso... Todos sabemos que es así, incluso aquellos que lo votaron. Pero, a pesar de eso, lo votaron igual. Muy bien, ganó el kirchnerismo. Felicitaciones, señora Presidenta. Pero, aunque haya ganado con más del 50 % de los votos, no por eso el gobierno deja de ser corrupto, cínico, demagogo y mentiroso. Si el pueblo elige corrupción, cinismo, demagogia y falsedad, pues bien, esto será lo que habrá. Pero en tal caso, la corrupción, el cinismo, la demagogia y la falsedad no pasarán a constituirse en valores virtuosos sino que seguirán siendo conductas inmorales, aunque la población, a sabiendas de lo que estaba haciendo, igualmente haya elegido votar al partido y a la candidata que representa simbólicamente esos valores.

Frente a este argumento, pierde sentido el planteo referido a los supuestos errores de la oposición. La oposición no tenía modo de derrotar al gobierno. Si el pueblo no tiene voluntad de sancionar en las urnas a los inmorales, no tiene sentido ofrecerle algo mejor. Aunque la oposición hubiese desarrollado la mejor estrategia, aunque todos los candidatos opositores hubiesen aportado a un proyecto común y sacrificado sus legítimas aspiraciones personales, igual hubiesen perdido ampliamente. La diferencia con el segundo podría haber sido algo menor pero el impacto y el significado político sería el mismo.

Pero el punto clave de toda la cuestión es que la fuerza dominante del sistema político es aquella que expresa valores negativos. Eso es lo preocupante y lo que no preanuncia nada bueno. Que una fuerza corrupta, cínica, demagoga y mentirosa gane con semejante ventaja es trágico porque pone en evidencia que todos esos disvalores no desencadenan una conducta de rechazo. Ningún sistema social se puede sustentar sólidamente en semejantes valores éticos. Con el tiempo, la inmoralidad implosiona y el ordenamiento social concluye desmoronándose y entrando en una crisis de consecuencias imprevisibles.

Esto significa, lisa y llanamente, que el pueblo argentino ha elegido recorrer el camino del fracaso. Quizá la mayor parte de la gente no comprenda que un sistema como el kirchnerista está, tarde o temprano, condenado a desbarrancarse y por eso lo apoya, suponiendo que las inmoralidades que el gobierno representa no tienen importancia.

Pero al margen de que esas inmoralidades implican instituir un sistema de convivencia absolutamente perverso, lo cierto es que hasta desde un punto de vista pragmático el sistema que el kirchnerismo propugna es inconveniente porque no genera las condiciones para el progreso y el bienestar. Entonces, llegará un momento en que todo el andamiaje se tornará insostenible y los mismos que habían apoyado y convalidado todas las inmoralidades se rebelarán contra ese gobierno y así sobrevendrá la crisis. Pero frente a esa crisis no habrá elementos para abordarla porque todos los valores morales, que son el fundamento para superar las situaciones complejas, habían sido subvertidos. La forma de superar una crisis es asumiendo la realidad pero si lo que está en crisis es el contacto con la realidad (distorsionado por la corrupción, el cinismo, la demagogia y la mentira del gobierno) nos habremos quedado sin mecanismos aptos para resolver los problemas.

El futuro de nuestro país es sumamente preocupante si este rumbo no se rectifica. Por el momento, la posibilidad de que algo así ocurra parece utópica. Por lo tanto, deberemos atenernos a las consecuencias. En definitiva, es lo que el pueblo eligió.

lunes, 15 de agosto de 2011

El resultado electoral refleja la realidad


Los resultados electorales no modifican la realidad. El 50 % de los votos obtenidos no significan que nada de lo que haya podido decirse del kirchnerismo desde el primer día haya dejado de tener vigencia. El régimen gobernante es hoy tan mentiroso, cínico, demagogo, corrupto, autoritario y muchos etcéteras más que el sábado, antes de la elección. Es posible que, al calor de la victoria, de ahora hasta el 23 de octubre, el régimen muestre una imagen más benigna. Cabe concebir que, aunque más no sea por razones electoralistas, el gobierno se exhiba tolerante y dialoguista. También es imaginable que, una vez conseguida la victoria y legitimado por cuatro años más, el kirchnerismo despliegará su característica metodología de cooptación de poder, a veces disimulada y en otras ocasiones desembozada. El punto central del problema es que el kirchnerismo, nunca, absolutamente nunca, ofrecerá garantías jurídicas. El sistema de gobierno implantado por el régimen consiste en un sistema donde los derechos de los ciudadanos están subordinados a la voluntad y a la conveniencia de las autoridades.

Esto es esencialmente lo que no cambió. Seguimos siendo esclavos del gobierno, de la voluntad personalde la Presidenta, de las arbitrariedades, los caprichos, los vaivenes, las conveniencias circunstanciales. El eje de la dinámica social sigue siendo la voluntad de unos pocos. Grandes mayorías, seducidas por las migajas que esos pocos les entregan magnánimamente, eligieron la continuidad de la tiranía fascista representada por los K. No es del caso molestarnos por lo que el pueblo vota. Las gente opta entre las alternativas que tiene y el voto tiende a expresar su escala de prioridades. Está claro que, para la mayoría, la migaja kirchnerista vale más que la perspectiva de procurar un futuro más ambicioso.

Podríamos aquí repetir el conocido argumento de que la oposición no ha sabido organizarse, que no ha ofrecido propuestas atractivas, que la disputa de egos y vanidades ha pesado más que la voluntad de encontrar coincidencias, etc. Ya sabemos todo eso. Pero la magnitud de la victoria del gobierno convierte esos argumentos en superfluos y secundarios. Da la sensación de que, cualquiera que hubiera sido la forma de proceder de la oposición, el kirchnerismo ganaba ampliamente de todos modos. El problema no es la estrategia de la oposición sino el hecho de que los K ofrecen un producto que es electoralmente seductor. No parece, por el momento, haber margen para algo diferente.

¿Puede argumentarse que la gente elige a los K, aunque no le gustan, porque tiene miedo de perder lo que el gobierno les ofrece? Relativamente. Hay un porcentaje de votos que seguramente prioriza el beneficio material proporcionado por la política del gobierno y hay otros motivos, tales como cierta fascinación por el espectáculo que la Presidenta y sus esbirros les ofrecen. El kirchnerismo, en definitiva, es un proyecto político primitivo, básico, superficial, revestido de una estética pseudo-modernizante (Amado Boudou es el representante prototípico de esta faceta del régimen) que genera, a pesar de todos sus atropellos institucionales, una forma simple de fascinación y placer a las grandes masas populares.

La oposición, por mucho que se organice, desarrolle estrategias, planifique alternativas, elabore propuestas, no tiene algo con lo cual competir contra el gobierno porque el “pan y circo” posmoderno organizado por los K es lo que la mayoría demanda. Consecuentemente, el resultado electoral refleja aquello que la mayoría del país prefiere actualmente. El problema es que eso implica convalidar un estilo de vida que implica la inexistencia de la libertad, del derecho, de la tolerancia. Estamos condenados a la esclavitud por voluntad de la mayoría del pueblo.

¿Hay solución para esto? Por lo pronto, hay una elección el 23 de octubre. El kirchnerismo es amplio favorito. Quienes aspiramos a que la libertad esté plenamente vigente no bajaremos los brazos y seguiremos dando pelea. Jamás nos allanaremos a ser parte de esta comparsa. Como decía el Che Guevara ¡hasta la victoria, siempre!

martes, 9 de agosto de 2011

Alfonsín, una opción aceptable

Hay muchas razones para que los liberales no votemos por Ricardo Alfonsín. En verdad, es difícil encontrar motivos válidos para que lo hagamos. Nada de lo que Alfonsín propone, en particular en relación con la economía, habla de la liberación de los mercados y sí en cambio hay mucho dirigismo en su propuesta. Por lo tanto, en principio, Alfonsín no es una buena opción electoral para los liberales.

Y, efectivamente, la mayoría de los liberales tiene una posición muy crítica respecto de Alfonsín. En general, los votos del liberalismo tienden a dividirse entre Elisa Carrió y Eduardo Duhalde. Los más institucionalistas se inclinan por Carrió y los más pragmáticos prefieren a Duhalde, más algunos a quienes seduce el discurso pro-mercado de Rodríguez Saa. En el liberalismo hay un sentimiento generalizado de desdén hacia la ineficacia de los radicales para gobernar, de la cual se considera a Alfonsín un representante típico.

Sin embargo, a pesar de todos estos argumentos en contra, si se analiza con más profundidad, pueden encontrarse motivos que avalen un voto liberal favorable a Ricardo Alfonsín.

Admitamos que el problema político prioritario de este momento es erradicar a la lacra kichnerista. Por ende, cualquier alternativa es mejor que una victoria del oficialismo. Aparentemente, Alfonsín y Duhalde son los opositores mejor posicionados para competir con Fernández de Kirchner. Por lo tanto, un primer argumento para inclinarse en favor de Alfonsín tiene que ver con sus posibilidades de derrotar al enemigo principal, que es el actual gobierno.

Pero ese es un motivo insuficiente para decidir un voto liberal. No sería legítimo votar a un candidato ajeno al liberalismo para que pierda el actual oficialismo si la perspectiva es que la gestión del futuro gobierno sea tan mala que lleve al país a la ruina. En buena medida, algo de esto fue lo que sucedió en 1983, cuando el voto masivo justamente a Raúl Alfonsín tuvo como fin impedir la victoria de aquel peronismo simbolizado por Herminio Iglesias y el país derivó en la hiperinflación.

Una razón válida para apoyar electoralmente a Ricardo Alfonsín es que, muy proablemente, su gestión de gobierno sea razonablemente buena, mucho mejor de lo que podríamos imaginarlo. ¿Qué razón hay para suponer que Alfonsín no incurrirá en errores irreparables? Básicamente, que su desenvolvimiento político muestra un enorme pragmatismo. En ese sentido, Ricardo Alfonsín le saca amplia ventaja a su padre. Las decisiones de sumar a su gestión a Javier González Fraga y a Francisco De Narvaez demuestran claramente en Alfonsín una capacidad para trasponer barreras ideológicas de la que su padre carecía por completo. Si Raúl Alfonsín reviviera y observara la gestión de su hijo, probablemente no la aprobaría.

Entonces, cabe pensar que, ante la perspectiva de acceder al gobierno y no estando obligado a obtener votos en forma inmediata, Ricardo Alfonsín probablemente le daría a su gestión mucho más contenido liberal del que muestra durante la campaña. Es decir, Alfonsín no dice que habrá contenidos liberales en su gestión porque eso le haría perder votos pero, una vez que esté en el gobierno, eso es lo que hará, como lo hicieron la Concertación chilena, Felipe González, Lula o el Frente Amplio uruguayo.

Si quien gane las elecciones no hiciera esto, seguramente la gestión de gobierno concluiría en un fracaso porque las tensiones desestabilizarían la situación política y principalmente económica. Y en ese sentido, Alfonsín parece más lúcido que los demás candidatos opositores. En definitiva, de todos los candidatos opositores, quienes parecen tener mejores chances de ganarle a la Presidenta son Alfonsín y Duhalde y, de estos dos, Alfonsín parece tener más claro que si no aplica una gestión con contenidos liberales no podrá sostenerse en el gobierno. Si se escuchan con oído fino los discursos de Alfonsín y de Duhalde, queda claro que Alfonsín tiene un plan de gobierno más elaborado y que las apelaciones de Duhalde son más voluntaristas. En síntesis, Alfonsín parece más inteligente que Duhalde...

La elección definitiva es el 23 de octubre y ése es el día clave. Pero este domingo, el 14 de agosto, empiezan a aclararse las posiciones. En este contexto, darle un crédito a Ricardo Alfonsín puede ser una buena opción –lejos de ser la ideal, por cierto- para que los liberales finalmente nos pronunciemos. Luego, habrá dos meses para hacer la evaluación final.