La posibilidad de que se desencadene en algún momento una crisis económica que haga colapsar el modelo económico encierra muchos riesgos pero hay uno que es particularmente serio y sobre el cual conviene reflexionar anticipadamente. Hay mucha gente que vive exclusivamente de la caridad estatal, financiada con fondos extraídos compulsivamente a los sectores productivos. Si, como consecuencia de una crisis, el estado se quedara repentinamente sin recursos para afrontar ese gigantesco programa asistencialista, quienes dejen de recibir el plan social se encontrarían, súbitamente, sin recursos, sencillamente, para comer. El estado de desesperación generalizada que sobrevendría presumiblemente provocaría un caos que podría resultar absolutamente inmanejable. La cultura del asistencialismo que el kirchnerismo ha creado es una bomba de tiempo que, si llegara a estallar, podría provocar efectos devastadores.
Si esto sucediera, no se podrá culpar a la pobre gente que se aviene a aceptar los planes sociales porque no tiene un medio mejor de supervivencia sino, por supuesto, a los políticos canallas que, irresponsablemente, primero aplican políticas que no dejan margen para generar fuentes genuinas de trabajo y luego condicionan a la gente para que acepte ayuda social a cambio de apoyo políitico. No se puede culpar de ceder a la extorsión a quien no tiene otra alternativa si lo que está en juego es su supervivencia.
La hipótesis de que algo así ocurra es preocupante porque, en los últimos meses, hay muchas señales económicas inquietantes, tanto desde el exterior como internas. En el orden internacional, resulta claro que las economías tanto de Europa como de Estados Unidos, están en problemas y no se avizoran soluciones por el momento. Hay una severa crisis de confianza, derivada del desborde en el que todos esos países han incurrido y que se niegan a corregir porque las presiones políticas impiden la aplicación de las políticas de racionalización de gastos que las circunstancias imponen. Esa crisis impactaría en
Todo este conjunto de factores configuran un cóctel sumamente explosivo que se perfila potenciado por los efectos sociales que una hipotética crisis económica podría provocar. El problema es que, generalmente, cuando se producen este tipo de crisis, se genera precisamente la demanda de que se intensifique la ayuda social. La dificultad radica en que esa ayuda social demanda financiación y, si no hay recursos disponibles, no hay manera de dar la respuesta demandada. Entonces, cabe presumir que podrían producirse serios conflictos sociales.
El problema se agrava por el hecho de que la victoria contundente del gobierno en las elecciones trae aparejadas muchas expectativas. Es lógico que, después de ocho años de gobierno K, hay poco margen para solicitarle a la población que esté dispuesta a hacer más sacrificios. Si la política K es tan maravillosa, lo lógico es que rinda sus frutos y el pueblo querrá beneficiarse de todas las promesas formuladas por el gobierno. Pero las perspectivas, objetivamente, dejan poco margen para creer que pueda llegar a profundizarse el crecimiento verificado en los últimos años. Por ende, al apoyo prestado por el pueblo al gobierno en las urnas, bien podría sobrevenir la frustración por las expectativas defraudadas.
¿Existe la posibilidad de que todo esto no ocurra y que, por el contrario, continúe el “viento de cola” de los últimos años? Por cierto que sí, todo es posible. Pero se trata de algo azaroso. La situación es tal que, si se produjeran circunstancias adversas, estamos sin red de contención. Y, como la altura desde la que caeríamos es bastante elevada, el golpe sin dudas sería muy fuerte. La solución sería comenzar, desde ahora mismo, a adoptar una política de mucha prudencia. Pero justamente eso es lo que el gobierno rechaza porque implicaría poner de manifiesto las debilidades del modelo económico. Como están planteadas las cosas, no queda mucho más que seguir adelante por el camino que venimos recorriendo, rezar para que no se produzca una crisis demasiado grave y, si eso sucede, que las consecuencias no sean las peores. Pero se trata de una mera ilusión. El pronóstico, a mediano plazo, no es bueno. Ojalá que no suceda lo peor...