viernes, 22 de abril de 2011

Vargas Llosa aportó argumentos para la autocrítica liberal

El discurso pronunciado ayer por el escritor peruano Mario Vargas Llosa en la inauguración de la Feria del Libro ha sido muy rico en todo su desarrollo pero contiene un pasaje cuyo análisis podría ser muy valioso a los efectos de orientar la acción pública del liberalismo argentino.

Señaló Vargas Llosa que todo un género literario -la novela- fuera prohibida durante los tres siglos que duró la colonia en todas las posesiones españolas de América”. Explicó luego el escritor que una de las perversas -o tal vez felices- consecuencias de esta prohibición fue que, en América latina, como la ficción fue reprimida en el género que la expresaba mejor -las novelas- y como los seres humanos no podemos vivir sin ficciones, éstas se la arreglaron para contaminarlo todo -la religión, desde luego, pero también las instituciones laicas, el derecho, la ciencia, la filosofía y, por supuesto, la política-, con el previsible resultado de que, todavía en nuestros días, los latinoamericanos tengamos grandes dificultades para discernir entre lo que es ficción y lo que es realidad”.

Estas observaciones, provenientes de tan calificado expositor, son plenamente aplicables al liberalismo argentino. Los liberales argentinos no sabemos –por lo menos, no con la suficiente claridad- discernir entre los aspectos pragmáticos de la defensa de la libertad y las facetas teóricas e intelectuales de la ideología liberal.

Concluye ese pasaje el Premio Nobel señalando que “sin una buena dosis de pragmatismo y de realismo -saber diferenciar el suelo firme de las nubes- un país puede estancarse o irse a pique”. Esta es quizá la enseñanza intelectual más útil que Vargas Llosa nos haya dejado de su paso por nuestro país.

Resulta particularmente oportuno que haya sido Vargas Llosa, un hombre laureado y reconocido por sus aportes en el campo de la ficción, quien plantee claramente este límite entre la realidad y la fantasía. La defensa efectiva y operativa de los ideales de la libertad requiere pragmatismo para reconocer las limitaciones reales que la vigencia de la libertad contiene para actuar sobre esas circunstancias a fin de modificarlas y tratar de lograr una gradual ampliación de los márgenes de libertad vigentes. Como alguna vez escribiera el autor argentino Enrique Arenz –en un libro ahora difícil de conseguir pero cuya lectura sería recomendable para muchos jóvenes liberales argentinos- la libertad es un sistema de fronteras móviles que se van expandiendo constantemente. Pero, retomando las observaciones de Vargas Llosa, digamos que lo que él señala en relación a América Latina en general es particularmente aplicable al liberalismo argentino, un movimiento activo, bullicioso, efervescente, dinámico y enérgico pero con escaso sentido del contacto con la realidad, con las demandas concretas del pueblo, con las prioridades que la sociedad plantea, con los factores determinantes de la vida cotidiana de nuestro país.

La presencia de Vargas Llosa en Argentina, al margen de su significación general como expresión de la libertad y como reivindicación del principio de tolerancia como guía rectora de la convivencia, ha tenido, solapadamente, un contenido que los liberales argentinos podemos aprovechar para hacer un proceso de introspección que necesitamos desde hace mucho tiempo –desde comienzos de los años ’90, más específicamente- y que a esta altura está empezando a resultarnos impostergable.

Quizá lo primero que deberíamos entender es que la libertad no es un ideal sino un instrumento indispensable en la vida de todos los días al efecto de realizar el proyecto de vida personal de cada individuo. En este sentido, los liberales argentinos, demasiado atados a las abstracciones contenidas en libros excesivamente ideologizados, solemos dejar de lado los hechos reales, concretos y palpables. Que no caigamos en ese error fue lo que Vargas Llosa nos dijo ayer. Por todo lo demás pero también por este aporte puntual, con la confianza de un apasionado lector, me permito decirle, como lo llamaba La Tía Julia, ¡GRACIAS, MARITO!

jueves, 21 de abril de 2011

Todos estamos pendientes de la decisión de la Señora

Todos los análisis políticos actuales están basados en el supuesto –sólidamente fundamentado, por cierto- de que la presidenta ganaría las elecciones de octubre. Las encuestas reflejan este hecho inequívocamente. La Señora tiene a su entera disposición cuatro años más de mandato presidencial. Esto le podría permitir seguir avanzando contra los poderes económicos concentrados, trabajando en el proceso de redistribución de la riqueza, combatiendo los monopolios mediáticos, en definitiva, seguir consolidando el “modelo”. El interrogante que cabe plantearnos es si resulta prudente semejante curso de acción.

Porque este modelo se sustenta en circunstancias muy favorables, no sólo en el campo internacional sino inclusive en el plano interno. Y no sólo en factores económicos sino también políticos. Quienes creen que todo el secreto del éxito kirchnerista se explica por el elevado precio de los commodities se confunden. El éxito del kirchnerismo se explica esencialmente porque aplica políticas contradictorias con las que se ejecutaron durante los años ’90. Hasta ahora esas políticas no produjeron resultados positivos pero generaron la esperanza de que estos sobrevengan. Si la Señora gana las elecciones, el pueblo empezará a demandar resultados visibles y eso es algo que el kirchnerismo no puede ofrecer. Por lo tanto, es altamente probable que, una vez que pasen los comicios, cuando el pueblo demande una devolución por el crédito que le dio al kirchnerismo y este no esté en condiciones de saldar esas facturas, sobrevenga un rápido desgaste del oficialismo. Si esto ocurre, los próximos cuatro años serán muy difíciles porque habría un gobierno con un largo período por delante y un malestar social creciente. Afortuanadamente para la Señora, De la Rúa devolvió el helicóptero y la viuda lo sigue teniendo a su disposición.

Pero por estas mismas razones resulta posible que, finalmente, la viuda desista de presentar su candidatura a la reelección, como parecen insinuarlo algunas de sus expresiones en sus últimos discursos. Por supuesto que no se puede tener una certeza absoluta acerca de lo que piensa la Señora en su intimidad pero en los últimos discursos hizo repetidas alusiones a conceptos como la temporalidad de los mandatos políticos, o que apoyará este proyecto desde cualquier lugar donde le toque estar, entre otras insinuaciones en el mismo sentido. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si Cristina eligiera bajarse de la presidencia y dedicarse a erosionar al futuro gobierno desde la oposición? ¿No sería eso una perspectiva política más promisoria para ella? ¿No podría convertirse en una suerte de “Elisa Carrió” del kirchnerismo, dedicada a la crítica sistemática sin tener el problema de tener que gobernar y asumir responsabilidades cotidianamente? En definitiva, ese es el papel político en el que Cristina brillaba con luz propia, cuando era legisladora y fustigaba a los gobiernos de otros o apoyaba la gestión de su marido. A Cristina el papel de legisladora le sienta mucho más que el de presidenta, más aún cuando no tiene a su marido a su lado para que la respalde y la inspire...

Si Cristina decidiera dejar la Presidencia y ocupar algún otro espacio dentro del sistema político, tendría todas las ventajas del reconocimiento popular y ninguno de los problemas que el ejercicio del gobierno plantea. Y, admitámoslo, la Señora es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de esto. Hasta ahora, las hipótesis que se vienen manejando son: 1) que Cristina se presenta a la reelección; 2) que se aleja de la política. Pero hasta ahora nadie consideró la alternativa intermedia, que es que se aleje del gobierno pero no de la política, preservándose como alternativa para más adelante, tirándole la “bomba de tiempo” a otro para que se haga cargo de enfrentar los serios problemas que probablemente sobrevengan en los próximos años. Si tomamos los contenidos de sus últimos discursos, esa podría ser la conclusión que puede extraerse de sus palabras. Y si esto sucediera todo el escenario político se revolucionaría... El dato clave de la coyuntura política es qué camino seguirá Cristina. A ese dato están condicionadas todas las demás variables. Por eso la oposición no logra plasmar ninguna propuesta consistente. Y, obviamente, la Señora se guarda la decisión hasta último momento para asegurarse el mayor margen de maniobra. Todos estamos pendientes de ella. Cuando ese dato se aclare, el resto de las variables se acomodarán espontáneamente. Mientras tanto, seguirá reinando la incertidumbre...

miércoles, 20 de abril de 2011

El avance del gobierno contra el empresariado no tiene pronóstico favorable

Es bastante probable que el gobierno nacional se este “comprando” un problema bastante serio con su intento de invadir los puestos de conducción de las principales empresas del país. Se trata de una iniciativa que tiene un sustento jurídico muy endeble y no es un tema que despierte adhesiones populares intensas. Sin embargo, en los sectores afectados, el tema sí genera escozores y se trata de ámbitos muy influyentes, de modo que la pulseada difícilmente se resuelva en forma inmediata. El proceso de forcejeo que presumiblemente sobrevendrá en los próximos meses no es un escenario promisorio para el gobierno porque en ese lapso la arbitrariedad, el autoritarismo y el afán hegemónico del kirchnerismo quedarán ampliamente en evidencia. Eso debería conducir, inexorablemente, a un elevado costo político para el oficialismo.

El propósito de insertarse en los directorios de las principales empresas del país es consecuente con el objetivo de “quedarse con todo”, expresado reiteradamente por el kirchnerismo. La inserción que el gobierno impulsa actualmente es un paso intermedio dentro de un proceso gradual tendiente a la estatización de las empresas o, en su defecto, a provocar ventas forzadas a empresarios allegados al kirchnerismo. El sentido de la gestión que el gobierno promueve es hacerles “la vida imposible” a los actuales propietarios de las empresas con la intención de que finalmente vendan las compañías como un “mal menor” antes que tener que afrontar todos los obstáculos que el oficialismo trata de interponerles.

Frente a este avance, la actitud de los empresarios parece ser la de estar dispuestos a resistir. El caso de SIDERAR se ha convertido en un ejemplo emblemático (en la foto de la derecha, Daniel Novagil, presidente de la compañía). Es altamente probable que comience un larguísimo proceso judicial, con medidas de amparo, apelaciones y chicanas procesales de la más diversa índole que, naturalmente, dejarán en suspenso todos los planes de inversión futura de la empresa pero tampoco le significarán un beneficio político sino más bien un desgaste constante al gobierno. Este es un error muy típico del kirchnerismo que, al tratar de ir más allá de donde las circunstancias lo permiten, suele empantanarse con iniciativas que cualquiera podría haber previsto que son inviables. Cuando quiso avasallar al campo o a Papel Prensa le sucedió algo similar.

Por supuesto, es muy positivo que el gobierno se meta en problemas. Todo lo que implique dificultades para el kirchnerismo es positivo para nuestro país. ¿Existe el riesgo de que el gobierno tenga éxito en su embate contra las grandes empresas y logre desestabilizarlas hasta llegar a apoderarse de ellas? Se trata de una eventualidad que, por supuesto, siempre está vigente. Es posible, inclusive, que algunos empresarios acepten “de buen grado” (presumiblemente a cambio de alguna prebenda desconocida públicamente) la presencia de los directores estatales. Pero en el balance general no parece muy probable que el gobierno extraiga un rédito político relevante de este movimiento de acoso hacia las principales compañías del país.

Además, está claro que, en términos económicos, el hecho de que el gobierno intente entrometerse en la dirección de las grandes empresas resulta absolutamente desincentivador para cualquier proyecto de inversión. A nadie le gusta arriesgar su dinero en un país donde el gobierno se atribuye el derecho de inmiscuirse en las conducciones empresariales y perturbar el desarrollo de los negocios. Y eso tiene el efecto de que obstaculiza las posibilidades de crecimiento, desarrollo y bienestar.

En definitiva, haciendo un balance preliminar, parecería que al gobierno “el tiro le va a salir por la culata” en esta iniciativa de avasallar los genuinos derechos de cada empresa a auto-dirigirse. El tema no está agotado ni mucho menos. En realidad, recién empieza. Pero es bueno que los pronósticos no sean favorables para el oficialismo.