miércoles, 22 de junio de 2011

El anuncio formulado por la presidenta formaliza el escenario electoral

El anuncio formulado oficialmente ayer por la Presidenta de la Nación en el sentido de que presentará su candidatura a la reelección elimina cualquier duda: hay que derrotarla para que Argentina no se convierta definitivamente en una dictadura; estamos ante una situación límite, es ahora o nunca.

Afortunadamente, el gobierno llega a esta elección en un momento en el que nuevamente empieza a debilitarse. Es altamente probable que, de ahora en más ese fenómeno tienda a acentuarse, en particular si los opositores producen hechos políticos que pongan en evidencia que son una alternativa viable frente al kirchnerismo.

Conviene en este punto clarificar ciertas cuestiones básicas referidas a lo que una elección representa.

Una elección consiste en seleccionar un candidato entre un menú de postulantes, lo cual no implica una decisión de carácter absoluto y definitivo sino circunstancial y aplicada a la coyuntura específica en la que esa votación se está produciendo. Trasladado este concepto general a la situación particular de la Argentina de hoy, la cuestión es que necesitamos sacarnos de encima a la lacra kirchnerista... Ese es el problema central que los argentinos debemos dirimir en la elección del próximo 23 de octubre: si vamos a seguir sometidos a la dictadura que nos quiere imponer el actual gobierno o desarrollamos los anticuerpos suficientes como para derrotarla y abrir así un debate amplio y democrático respecto del futuro de nuestro país.

Este es el punto donde debemos ser flexibles en términos ideológicos porque las posturas dogmáticas no tendrán más efecto que favorecer al kirchnerismo. Los liberales tenemos enormes diferencias con todos los candidatos opositores pero, a pesar de eso, tenemos algo en común: estamos dispuestos a convivir en un ordenamiento que reconozca el pluralismo como marco general de la vida política. Los liberales tenemos grandes diferencias con Elisa Carrió, Eduardo Duhalde, Hermes Binner, Ricardo Alfonsín, etc pero, al menos, ninguno de ellos se perfila como un dictador. En otro contexto, este hecho sería irrelevante pero, en el marco de un escenario donde está en juego la vigencia del orden republicano amenazado por un proyecto político con intencionalidades totalitarias, el hecho de que alguien no tenga vocación hegemónica adquiere una significación esencial. Con Carrió, Duhalde, Binner y Alfonsín tenemos enormes diferencias pero al menos compartimos la voluntad de vivir en un marco de respeto por el derecho del otro a expresar su pensamiento, precisamente el requisito que el kirchnerismo quiere eliminar. Lo que estará en juego en la elección de octubre es la vigencia de la república pluralista o la conversión de Argentina en una dictadura monopartidista. Por grandes que sean las diferencias que los liberales tengamos con los candidatos opositores, debemos priorizar lo que es el problema inmediato del país, precisamente para garantizarnos la vigencia de un contexto político que nos permita tratar de divulgar el liberalismo en etapas posteriores...

Si el kirchnerismo gana en octubre, no hay futuro para el liberalismo en la Argentina; si gana la oposición, la posibilidad de que el liberalismo tenga cabida en el escenario político estará disponible, no porque quien gane vaya a aplicar políticas liberales sino porque no tendrá propensiones totalitarias. Esta es la cuestión clave para definir la orientación del voto liberal en las elecciones de octubre. Debemos preservar la vigencia de la república para que el liberalismo sea posible en el futuro.

Lo que se deduce de todo esto es que la idea básica con la cual los liberales deberíamos evaluar el voto es la de garantizar la vigencia de la república contra las intenciones hegemónicas del kirchnerismo. Aún no está definitivamente claro cuál es la mejor alternativa para alcanzar ese objetivo coyuntural aunque hay indicios que dan una orientación apreciable. Pero faltan cuatro meses para las elecciones, el desarrollo de la campaña permitirá ofrecerá elementos de juicio que permitirán extraer conclusiones mejor fundamentadas.

miércoles, 15 de junio de 2011

Acompañemos la divulgación de los índices de inflación elaborados por las consultoras

El gesto de los diputados opositores que respaldaron ayer la difusión de un promedio de los índices de inflación medidos por consultoras privadas, simboliza el eje de las disputas políticas de la Argentina de esta época. Como la política del kirchnerismo consiste en mentir sistemáticamente, el acto de respaldar la verdad científica se ha convertido en una postura opositora. El kirchnerismo ha provocado que el concepto de verdad se convierta en sí mismo en un motivo de debate político. El gobierno nos ha transportado en el tiempo a la Edad Media, antes del advenimiento del racionalismo, cuando las teorías más disparatadas adquirían legitimidad porque no se requería la confrontación con los hechos concretos para verificar su autenticidad. Entonces, si alguien sostenía que la tierra era plana, el argumento se tornaba verosímil porque no se le exigían pruebas que lo demostraran. El concepto de verificación no se conocía por aquella época.

Eso, negar la validez de las demostraciones, es lo que el kirchnerismo hace actualmente. Por ese motivo la conducta de los diputados opositores tiene significación política ya que marca la diferencia con el gobierno. Los memoriosos cuentan que, cuando Perón se enfrentó con la Iglesia, hasta los opositores ateos iban a misa. Ahora está ocurriendo algo similar. Como el gobierno ha convertido a la mentira en una política oficial, el acto de decir o respaldar la verdad se ha convertido en un gesto de militancia opositora.

Esto de que la verdad se convierta en objeto del debate político debería entrar en el terreno de lo absurdo y hasta de lo cómico si no fuera porque quien provoca esta situación es un gobierno elegido democráticamente dos veces por el pueblo y que, según todas las encuestas, se perfila como favorito para ganar las elecciones de octubre. Que el gobierno mienta, vaya y pase, todos los gobiernos lo hacen. Pero que el pueblo vote a ese gobierno que hace de la mentira una política sistemática ya es más grave. Por eso mismo el gesto de los dirigentes opositores que respaldaron la difusión de un índice de inflación que desmiente las habladurías del oficialismo tiene un perfilado sentido político.

Sucede que, a los efectos del desenvolvimiento general del país y de cada habitante dentro de ese contexto, la verdad no puede estar sujeta a discusión porque, entonces, todas las decisiones se tornan inciertas. No es lo mismo evaluar una hipótesis de inversión con una inflación mínima que con aumentos de precios descontrolados, por ejemplo. Y de milllones de decisiones de ese tipo depende el progreso general y los bienestares individuales de toda la población. Entonces, que se diga o no la verdad no es una cuestión secundaria o anecdótica sino un problema básico, casi previo a cualquier otro. Una vez que se conoce cuál es la situación real en la que nos encontramos puede debatirse –porque eso es inherente al sistema político- cuáles son los problemas prioritarios a los que hay que atender, cuál es el mejor método para abordarlos, cuáles son las políticas que conviene aplicar, etc.

El kirchnerismo ha llevado al reconocimiento de la verdad al centro del debate político y, en ese sentido, el gesto de los legisladores opositores es valioso porque contribuye a marcar una diferencia con el gobierno y a respaldar a las consultoras privadas que miden la inflación y que el gobierno ha estado acosando por medio de multas y denuncias. Pero es necesario señalar que se trata de un debate muy primitivo, muy básico, muy elemental.

Por cierto que no es por casualidad que hayamos llegado a esto sino que ocurre porque así lo ha decidido el pueblo a través de sus pronunciamientos electorales y en medio de circunstancias de crisis y de angustia que permitieron que aventureros como lo Kirchner se encumbren hasta espacios adonde nunca deberían haber llegado si las etapas políticas anteriores hubiesen tenido desenlaces menos traumáticos. Pero, dentro del cuadro general de deterioro en el que estamos inmersos, no nos queda a los liberales otro camino por seguir que acompañar a los diputados opositores que respaldaron la publicación de los índices que reflejan la inflación real. Por muchas diferencias que tengamos con ellos, no nos queda más alternativa que situarnos del lado de la verdad. Cuando la vigencia de la verdad haya quedado definitivamente restablecida, será el momento oportuno de marcar nuestras diferencias con aquellos a quienes ahora nos corresponde apoyar.

martes, 14 de junio de 2011

La acusación de Bonafini a Schoklender vulnera hasta los códigos del hampa

La actitud de la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, en el sentido de presentarse ante la justicia como querellante por las presuntas malversaciones de su ex apoderado, Sergio Schoklender, constituye el colmo de la desfachatez. Que Bonafini procure demostrar su inocencia, sería lógico y aceptable porque nadie tiene por qué declarar en su contra. Pero esta actitud de victimizarse y ensañarse con quien hasta hace poco fue su “mano derecha” es verdaderamente una canallada que sólo una persona impregnada de una enorme inmoralidad puede cometer.

Conviene poner el tema en foco: no es creíble que Bonafini ignorara, por lo menos en sentido general, cómo operaba Schoklender. Bonafini puede argumentar –y quizá algo de verdad haya en esto- que desconocía los detalles de la gestión de su apoderado. Por cierto que, aún admitiendo que esto sea así, demostró poca vocación por aclarar los hechos mientras Schoklender estaba en funciones si admitimos que no podía desconocer los lineamientos generales de la metodología de su subordinado y, a pesar de eso, no se ocupó se supervisar con más detenimiento qué estaba sucediendo. En ninguna organización institucional un funcionario que rinde cuentas a sus superiores puede incurrir en delitos tan graves como los que se le imputan a Schoklender si los jefes se ocupan de estar informados sobre las actividades de sus subalternos. Schoklender, de acuerdo con las acusaciones que pesan sobre él, no se “quedó con un vuelto”, ni gastó de más de la “caja chica”. Schoklender aparentemente montó una estructura delictiva que le reportó fortunas de ganancias ilícitas. La magnitud de las operaciones de Schoklender es lo que torna inaceptable el pretendido argumento de Bonafini en el sentido de que ella no sabía lo que su apoderado estaba haciendo. La argumentación de Bonafini equivale a ver un animal gris, gordo, con cuatro patas y trompa y luego señalar que no se percató de que estaba frente a un elefante... Es demasiado infantil, burdo, evidente como para darle crédito a los argumentos de Bonafini en el sentido de que ignoraba qué estaba haciendo Schoklender.


Pero, aunque no sea creíble, es esa una línea de argumentación entendible como estrategia de defensa ante la justicia. Bonafini podría adoptar la postura de que ella es una persona muy dolorida por la tragedia de sus hijos supuestamente desaparecidos, situarse en el papel de abuelita víctima de un hombre malvado que se aprovechó de su bondad y tratar de desligarse del tema. Hasta ahí, podemos no creerle a Bonafini –y, de hecho, no le creemos- pero se trata de una estrategia de defensa judicial que el fiscal debería desactivar por medio de pruebas. La justicia no condena por “falta de credibilidad” sino cuando aparecen elementos objetivos de juicio que permiten verificar la culpabilidad de quien está acusado. Que Bonafini adopte la postura de “hacerse la zonza” para tratar de desligarse de las operaciones de Schoklender puede ser una estrategia procesal y, aunque no eluda la condena política de quienes la consideramos una persona repudiable, puede llegar a obtener una sentencia judicial favorable y, al menos, tener un argumento en su favor en términos de la presentación ante la opinión pública. Si algo así sucediera, podría decirnos a quienes la reprobamos que “fui absuelta por la justicia”. Y entonces deberíamos enredarnos en desaprobar a Oyarbide, acusar al kirchnerismo de cooptar a los jueces, cuestionar la falta de transparencia institucional... En definitiva, Bonafini habriá conseguido “embarrar la cancha” y sus críticos nos quedaríamos hablándole a la luna.

Pero la actitud de acusar a Schoklender por parte de Bonafini es una canallada que va mucho más allá de eso. Esa es una actitud aún peor que la de la mafia, que sentencia a sus propios miembros cuando dejan de resultarle útiles o pueden tornarse peligrosos. La estrategia de Bonafini es que, para salvarse ella, debe pisotear a un Schoklender que por supuesto es un personaje absolutamente despreciable pero que fue el ladero de la señora de Bonafini hasta el mes pasado. Esto no se hace, señora. Una cosa es que se quiera salva usted, pero que acuse a quien fue su secuaz hasta hace pocas semanas vulnera hasta los más elementales códigos del hampa. Su actitud, señora de Bonafini, es una “buchoneada” vergonzosa. Su conducta es inmoral hasta para los códigos mafiosos porque la mafia, al menos, no denuncia ante la justicia sino que asesina a los testigos peligrosos pero se hacen cargo los propios delincuentes del acto de ejecución. Este gesto de Bonafini de presentarse ante la justicia y denunciar a Schoklender demuestra el nivel ético con el que la presidenta de Madres de Plaza de Mayo actúa. No hay mucho más para decir. Es mejor guardar un piadoso silencio porque el tema es tan inmoral que no existen palabras suficientes para condenarlo.

lunes, 13 de junio de 2011

Cinco candidatos y ningún liberal

Cuando faltan diez días para el cierre de las postulaciones –la fecha es el viernes 24 de junio- el juego electoral para el próximo 23 de octubre ya está planteado. Cinco serán los candidatos presidenciales principales. Por orden alfabético: Ricardo Alfonsín, Hermes Binner, Elisa Carrió, Eduardo Duhalde y Cristina Fernández de Kirchner. Está aún pendiente la confirmación de la candidatura de la Señora pero es un secreto a voces que realizará el anuncio en cualquier momento. Se menciona como alternativa, para el caso de que finalmente no se presente para la reelección, al gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, pero esto provocaría un disloque imprevisible en las filas del oficialismo.

Como se ve, no hay ni un solo candidato que se aproxime siquiera mínimamente al liberalismo, particularmente en lo económico. Todos los candidatos son claramente dirigistas. La explicación a este hecho es, sencillamente, que no hay en el electorado segmentos significativos de votantes dispuestos a apoyar una propuesta liberal. La democracia en este sentido tiene similitudes con la economía de mercado: los candidatos son empresarios que ofrecen un producto y los votantes son los consumidores que eligen el artículo que les ofrece lo que, de acuerdo con sus expectativas, ofrece la mejor relación calidad-precio. Lógicamente, los políticos, como los emprendedores, procuran adaptar sus propuestas a los requerimientos de la demanda. Y el liberalismo no figura entre los rasgos requeridos mayoritariamente. Por lo tanto, los candidatos no ofrecen liberalismo. Lo bien que hacen, porque si lo propusieran perderían ampliamente las elecciones.

Por supuesto, esto no significa que el liberalismo esté equivocado. Los equivocados son la abrumadora mayoría de los votantes argentinos, que rechazan al liberalismo y después se quejan de que no les gusta cómo funciona el país... Pero esta es la realidad, que, como decía un conocido general “es la única verdad”. Cinco candidatos y ningún liberal, ni siquiera un poquito. No serán los “setenta balcones y ninguna flor” de Fernández Moreno, pero no deja de ser decepcionante.

Dentro de este panorama, es difícil elegir para quien reivindica el liberalismo. Está claro que la prioridad para los liberales es que el kirchnerismo pierda. La cuestión es: ¿quién le gana? Es indudable que existe el riesgo de que los votos opositores se dispersen y eso termine favoreciendo al gobierno, lo cual sería el peor escenario imaginable. Pero tampoco se puede definir por consenso un candidato para que sea el elegido para derrotar al kirchnerismo. Si ese consenso existiera, la oposición no se hubiera dispersado y habría un acuerdo general alrededor de una única candidatura. No obstante, el panorama de atomización que se percibía en ciertos momentos se atenuó bastante, en particular con las “bajadas” de sus respectivas candidaturas de parte de Cobos, Macri, Solá, etc. Las candidaturas que quedaron en pie, en definitiva, son bastante “lógicas”: Duhalde representa el peronismo ortodoxo, que no quiere apoyar al kirchnerismo pero tampoco a un no peronista, Carrió pretende expresar el “voto protesta” contra las mafias políticas, Binner representa a la centro-izquierda no kirchnerista, que rechaza el populismo y Alfonsín expresa al radicalismo pero con la novedad de que, a través de sus alianzas con De Narvaez y González Fraga, muestra un corrimiento hacia el centro que le permite atraer votos independientes y moderados que van a encontrar más difícil coincidir con las demás alternativas. Subsiste, por supuesto, el voto populista que apoyará, presumiblemente, al kirchnerismo, aunque habrá que ver, en el desarrollo de la campaña, si los opositores desarrollan una línea discursiva que les permita atraer al menos algunos segmentos de ese perfil electoral.

Un punto importante de este panorama es cuánto se influenciarán en restarse votos mutuamente Carrió, Alfonsín y Binner y lo mismo entre Duhalde y Cristina. Esos pequeños porcentajes pueden llegar a ser determinantes a los efectos de definir escenarios con vistas a una hipotética segunda vuelta. Pero es necesario decir que, en definitiva, la oferta electoral representa a grandes rasgos las tendencias predominantes del electorado y, por lo tanto, no hay mayores sorpresas, para bien ni para mal. Quizá el mayor interrogante lo plantee Alfonsín, con un perfil situado más a la derecha de lo previsible, que obliga a seguir con atención cuánta adhesión puede llegar a suscitar. En cuanto al liberalismo, no nos queda más que desear que una mejoría en la situación del país, que se acabe la pesadilla kirchnerista y, principalmente, hacer una autocrítica acerca de por qué no somos capaces de generar, siquiera, una candidatura testimonial.

viernes, 10 de junio de 2011

El caso Schoklender marca el inicio de la agonía kirchnerista

Hasta ahora, los escándalos por corrupción no habían hecho mella en las perspectivas electorales del oficialismo. Hasta ahora, porque el escándalo por los negociados vinculados con la construcción de viviendas por parte de las Madres de Plaza de Mayo a cargo del parricida Sergio Schoklender sí está empezando a tener costos graves para el kirchnerismo.

Se trata, por cierto, de una circunstancia particularmente inoportuna para que al gobierno le ocurra esto, cerca del cierre de la inscripción de listas con vistas a las elecciones de octubre y cuando ya están delineadas todas las candidaturas opositoras. Precisamente en este momento, cuando parecía que el kirchnerismo se encaminaba a una cómoda victoria electoral mediante el simple expediente de “hacer la plancha”, viene a estallar este incómodo escandalete, al cual, por supuesto, los medios opositores se encargan de magnificar con su diabólica mala fé...

¿Cómo pretenden que la salud de la Señora no se vea afectada cuando a su alrededor ocurren estos desastres? Si esto hubiese ocurrido seis meses antes, el gobierno se las hubiera ingeniado para inventar cualquier recurso que permitiera tapar el escándalo por medio de algún anuncio presidencial u otro método que permita distraer la atención. Pero ahora se hace muy complicado. Los medios se van a encargar de mantener esto en el primer plano desde ahora hasta octubre para tratar de “voltear” al gobierno. Además, aunque no lo quieran reconocer, es verdad que el estado de salud de Ella no es óptimo. En el gobierno descuentan que, más allá de estos pequeños barquinazos, las elecciones igualmente serán un trámite formal que simplemente hay que cumplir para salvar las apariencias democráticas pero de todos modos el triunfo de Cristina está fuera de cualquier duda. ¿Quién le va a ganar a la Señora? ¿Duhalde? ¡Por favor, no hay encuesta que muestre un repunte de su imagen! ¿Lilita? No, la gente ya no cree más en sus denuncias permanentes. ¿Binner? Y... es un buen médico pero para político le falta mucho... ¿Ricardito? ¡Dios nos libre! ¿Otra vez la hiper? No, pase lo que pase, a la Señora no hay como ganarle. Pero, sin dudas todo este “tole-tole” provocado por la codicia del imbécil de Schoklender nos obliga salirle al cruce a todas las exageraciones de los medios y a dar explicaciones sobre algo donde obviamente alguien se quedó con lo que no debía pero, al fin y al cabo, no es para tanto...

El problema del kirchnerismo frente al escándalo Shoklender es que no tienen respuestas, no saben cómo afrontar el problema. Si Néstor Kirchner viviera, él quizá habría inventado alguna manera de enfrentar el asunto. Pero con Néstor en la tumba, lamentablemente para el elenco gobernante, el barco se quedó sin un capitán apto para enfrentar las tempestades y eso los deja a merced de los barquinazos que promueve la oposición, fogoneada por los medios y, por supuesto, los poderes económicos concentrados.

¡Qué feo ser kirchnerista en este momento! ¡Haber saboreado la convicción de que ganaban caminando y que ahora empiecen a aparecer estos nubarrones! Y tener que convivir con la incertidumbre desde ahora hasta octubre, por supuesto siempre dando por descontado que al final van a ganar pero sintiendo en la intimidad qe no encuentran motivos para estar tan seguros como quieren aparentarlo.

El kirchnerismo ha entrado, finalmente, en una irreversible agonía. La República, con sus defectos, con sus imperfecciones, con sus gigantescas falencias, está comenzando a salvarse de la amenaza hegemónica y totalitaria del actual gobierno. Empieza a verse luz al final del túnel. No está muy claro qué es lo que vendrá pero seguramente no será peor que lo que venimos soportando...

jueves, 9 de junio de 2011

Los problemas de la economía argentina requieren soluciones simples

Empieza a cobrar cuerpo la idea de que, después de las elecciones presidenciales de octubre, el gobierno que emerja deberá adoptar medidas para resolver el problema del supuesto desfasaje que afecta al tipo de cambio como consecuencia de la persistente inflación. Ante este cuadro de situación los diferentes economistas tienen, cada uno de ellos su respectiva receta. En general, todos oscilan en la duda entre promover una devaluación de la moneda o no hacerla para no exponerse al riesgo de que se produzca una estampida inflacionaria aún mayor a la que hay actualmente. Entonces, proponen, cual grandes maestros de la cocina financiera, una devaluación gradual y un programa antiinflacionario...

El problema de fondo es que nadie plantea el problema en su correcta consideración. Lo que se debe hacer, sencillamente, es equilibrar las cuentas fiscales, cortar de cuajo la emisión de pesos, dejar flotar el tipo de cambios y garantizar plenamente el derecho de propiedad. Con ese simple paquete de medidas, que involucra una sustancial reducción de impuestos –que quizá no pueda ser abrupta pero que debe ser persistente- la propia dinámica del sistema resuelve todos los problemas. No hacen falta tantas alquimias pseudo-intelectualoides para resolver un problema que, en rigor, es sencillo. Con este esquema de gestión, la calidad de vida de la población irá mejorando gradualmente y el crecimiento y el desarrollo de la economía serán sustentables en el tiempo, sin necesidad de tener que estar constantemente dedicándole esfuerzos y energías a tratar de actualizar los salarios y los precios, tratando de no aumentar demasiado para que la inflación no se descontrole por completo y que los costos no sean excesivamente altos para que la actividad económica sea posible.

Por cierto que el próximo gobierno deberá adoptar medidas económicas para corregir las tonterías que realiza el actual. Pero sería bueno que no reemplace los disparates de este gobierno por otros desaguisados diferentes. Lo que necesitamos es un gobierno que se atenga a la realidad, no uno que sueñe con utopías absurdas. Tal vez se podría definir a la economía como “el arte de atenerse a la realidad”. De eso se trata el problema, esencialmente. El punto de partida, por supuesto, es sincerar los números. El INDEC debe volver a decir la verdad. De allí en adelante sobrevendrá, espontáneamente, la posibilidad de reordenar todo la dinámica de la economía.

Es indudablemente cierto que, durante algún tiempo, como consecuencia de los elevados índices de pobreza existentes, será necesario sostener algunas políticas de asistencialismo del estado por el sencillo motivo de que la gente necesita comer todos los días, los niños deben ir a la escuela, quienes tengan problemas de salud deben ser atendidos. Pero en la medida en que se sinceren las variables económicas y se apliquen los mecanismos institucionales que favorecen la inversión productiva de riesgo en el marco de un sistema de competencia abierta, los problemas que hay actualmente irán desapareciendo sin necesidad de estar pensando en el tipo de cambio, en esta o aquella variable macroeconómica, en las idas y vueltas de los índices estadísticos, etc.

La economía crece y la calidad de vida de las personas mejora merced a las inversiones que se producen como consecuencia del afán de lucro de los empresarios. Esta es la clave de toda la cuestión. Dejen que los empresarios ganen dinero y todo lo demás se produce por añadidura. Creemos las condiciones para que la gente se capacite porque eso es lo que ayuda a que cada individuo se incorpore al mercado laboral con calificaciones que le permitan aspirar a mejores retribuciones y naturalmente, sin forzarlo, todo el sistema económico se irá reacomodando con beneficios para todos.

El próximo gobierno deberá realizar, en todos los ámbitos de su gestión, una tarea de reordenamiento del sistema social. La economía es uno de los aspectos centrales de su gestión porque de ella dependen la disponibilidad de recursos para todas las demás actividades. Pero la solución no es tan compleja ni tan rara. Sólo se trata de volver a los principios clásicos. Lo demás viene solo. Porque cuando se quieren intentar maniobras antinaturales es cuando se generan los conflictos que luego derivan en crisis inmanejables.

miércoles, 8 de junio de 2011

Alfonsín se corrió a la derecha, Cristina está preocupada

El escenario electoral con vistas a octubre ha cambiado y pocos parecen haberlo apreciado. Hasta la semana pasada, la percepción generalizada era que en octubre competirían el kirchnerismo con otras corrientes políticas de su misma tendencia ideológica que pretendían diferenciarse únicamente por ser más “prolijas”, más “republicanas” y quizá menos comprometidas con los intereses sindicales. El presumible acuerdo entre el radicalismo alfonsinista y el líder socialista Hermes Binner encuadraba en ese análisis, donde también, con sus peculiares matices, se ubicaban las corrientes de Elisa Carrió y de Eduardo Duhalde. Este esquema empezó a quedar desactualizado cuando las negociaciones entre Alfonsín y Binner se estancaban como consecuencia del estrechamiento del vínculo entre el radical y Francisco De Narváez. Este decisión de Alfonsín de priorizar su acuerdo con De Narváez por sobre un entendimiento con su “aliado natural”, Binner, tiene lógica en términos electorales porque De Narváez ya demostró que puede traccionar un caudal importante de votos en la Provincia de Buenos Aires. Hasta ahí, la decisión de Alfonsín podía interpretarse como una voluntad de priorizar la estrategia electoral por sobre la ideología.

Pero cuando, días después, Alfonsín anunció que su candidato a vicepresidente será Javier González Fraga, se puso en evidencia que estamos ante una operación política de mayor envergadura. Hay que decirlo sin eufemismos: Alfonsín se corrió hacia la derecha. Y esto sí que es noticia. Porque hasta la semana pasada todos dábamos por descontado que el candidato radical, a imagen y semejanza de su padre, sería un cabal representante de la socialdemocracia, del “progresismo”, del centro-izquierda. Dentro de ese esquema, el acuerdo con Binner hubiera encuadrado perfectamente. Era raro pero entendible –por las razones electoralistas ya apuntadas- que un candidato de centro-izquierda sacrificara su alianza natural con el socialismo para pactar con un referente del centro-derecha moderado como De Narváez. Pero si a eso le sumamos la elección de González Fraga está claro que estamos ante un movimiento político de otra magnitud.


Alfonsín cuenta con la invalorable ventaja de que no necesita demostrar su condición de “progresista”. Esa identificación está implícita en su propio apellido. Y es precisamente por eso que puede volcarse hacia la derecha sin exponerse a las habituales descalificaciones que sufren quienes no cuentan con el respaldo de llamarse Alfonsín. Mauricio Macri, por ejemplo, carga con esa “cruz” y esa es una de las razones por las cuales su política es bastante más populista de lo que él probablemente preferiría. Macri necesita demostrar que no es “oligarca”. Alfonsín no tiene ese problema. ¿Quién acusaría a un Alfonsín de “derechista”? Y, paradójicamente, por ese motivo se puede dar el lujo de volcarse a la derecha y sumar muchos votos independientes sin perder la adhesión de los sectores de centro-izquierda que constituyen su base electoral natural. Si a eso le sumamos que tiene buena imagen personal, que está identificado con los valores democráticos y republicanos, que es un hombre tolerante y que no se lo puede identificar con la corrupción, la conclusión que extraemos es que el kirchnerismo, que daba por descontado su triunfo en octubre, se encuentra en problemas.

Con Alfonsín ha surgido lo que, hasta ahora, no había: un adversario político al que el gobierno no puede denostar, descalificar, atacar. El problema que “mató” las aspiraciones políticas de Julio Cobos –la exposición a las descalificaciones del kirchnerismo- no afecta a la figura de Alfonsín. No se puede descalificar sin motivo visible a un individuo que se llama Alfonsín. El pueblo argentino repudiaría a quien actúe de ese modo. Para los liberales, que tenemos una visión muy condicionada por el recuerdo de la hiperinflación y el fracaso de la política económica de Raúl Alfonsín, esto no tiene demasiado sentido. Pero lo cierto es que el “padre de la democracia” aún hoy suscita un enorme afecto en el sentimiento popular argentino. Los liberales somos una minúscula secta de inconformistas que navegamos a contracorriente de los sentimientos mayoritarios del pueblo.

El dato, por el momento, es que el escenario electoral ha cambiado. Ya no se puede dar por descontado que Cristina Kirchner ganará “caminando”. Le ha aparecido un adversario peligroso. Y, para colmo, el triunfalismo kirchnerista los lleva a subestimarlo, encerrados, como están en la lógica del “ya ganamos”. Peor para ellos, porque se llevarán una sorpresa. Nosotros no vamos a lamentar su fracaso, por cierto.

martes, 7 de junio de 2011

Mendiguren es un símbolo del empresariado prebendario


Las palabras empleadas por el presidente de la Unión Industrial Argentina, José Ignacio de Mendiguren, para expresar su alineamiento político con el gobierno nacional, sonaron oprobiosas, aún si quisiéramos mirarlas desde el prisma de la “corrección política”. Puede entenderse, dentro de ciertos límites, que un dirigente empresarial a veces eluda la confrontación innecesaria con el gobierno de turno. Es aceptable la visión de que, para los empresarios, suele ser más beneficioso llevarse bien que mal con cualquier gobierno. Pero las palabras de Mendiguen exceden el límite de lo políticamente correcto y entran en el terreno de la obsecuencia obscena. Que la dirigencia empresarial procure evitar confrontaciones y mantener relaciones fluidas con el gobierno, aún con el kirchnerismo, es aceptable. Pero que compita con La Cámpora por el premio al alineamiento automático con el oficialismo resulta vergonzoso.

Aún así, y sin ánimo de justificarlo, es necesario entender el exabrupto de Mendiguren. El kirchnerismo ha generado un clima de zozobra entre los empresarios porque los tiene bajo la constante amenaza de provocar cambios imprevistos en las reglas jurídicas. Ese hecho ha puesto al empresariado a la defensiva y a tratar, por todos los medios, de evitar conflictos con el gobierno para no generar roces que deriven en “represalias” por parte del kirchnerismo contra los rebeldes. Pero el hecho de que esa circunstancia obligue a actuar con prudencia (lo cual sí es comprensible) no habilita que un dirigente empresarial directamente “bese la mano” y se convierta en un vocero del gobierno.

"Damos por sentado que todas estas políticas tienen que estar por un período mucho más amplio. Estamos hablando de un proyecto a largo plazo, y esta oportunidad que la Argentina tiene, ni el gobernador ni nosotros queremos desaprovecharla", fueron las palabras pronunciadas por Mendiguren en declaraciones periodísticas al término de un almuerzo con el gobernador bonaerense, candidato a la reelección, Daniel Scioli. Dijo también que “estuve con la Presidenta en México y en Italia. Hemos tenido misiones comerciales muy importantes que indudablemente no son para cuatro meses. Una misión como la que tuvimos en Italia está hablando de un panorama que también trasciende a la próxima presidencia. Estamos hablando de un proyecto de la Argentina de largo plazo”.

Mendiguren es, en gran medida, un representante emblemático del empresariado prebendario, siempre especulando con el apoyo del estado para realizar negocios a expensas del conjunto de la población. Mendiguren ha adquirido el carácter de símbolo de ese perfil empresarial que está constantemente tratando de eludir la operatoria en el marco del sistema de libre mercado y que prefiere obtener ventajas y privilegios al amparo de sospechosos acuerdos privados con los funcionarios de todos los gobiernos.

Lamentablemente, en parte por vocación propia de parte de la propia dirigencia empresarial y en parte también porque las políticas de los sucesivos gobiernos y particularmente del actual no han dado margen para otra cosa, el “modus operandi” de Mendiguren está fuertemente arraigado entre los empresarios argentinos y no por nada un personaje con semejante perfil logró encumbrarse, después de un grave conflicto político interno hasta la presidencia de la Unión Industrial Argentina.

Podría decirse, parafraseando una expresión conocida, que “los pueblos tienen los empresarios que se merecen” y, de alguna manera, Mendiguren es la cara visible de ese estilo de gestión de negocios. Un sistema que, desde el estado, prohija las prácticas empresariales prebendarias, en el marco de un sistema dirigista y estatista, evidentemente no estimula la aparición de una clase empresarial con mentalidad competitiva al servicio de las demandas de los consumidores. El origen del problema es político y desde allí tiene que venir la solución. La puesta en vigencia de un sistema de libre mercado es una decisión política. Será en ese contexto donde habría que medir con claridad las capacidades empresariales de personajes tan cuestionables como José Ignacio de Mendiguren.

lunes, 6 de junio de 2011

El perfil impreso por Alfonsín a su candidatura es una piedra en el zapato del kirchnerismo

El perfil que el candidato radical, Ricardo Alfonsín, ha impreso a su candidatura presidencial, admite, con reservas, una valoración positiva desde una mirada liberal. Seguramente, los puristas de la ideología no coincidirán con esta visión porque el designado candidato a vicepresidente, Javier González Fraga, es un referente del dirigismo económico. “Es kirchnerismo con otro ropaje”, sería un típico argumento de los liberales “puritanos” frente a fórmula Alfonsín-González Fraga. Son los típicos liberales a quienes no les conformaría otra fórmula que Rothbard-Von Mises y que considerarían a Hayek un “zurdito”...

Lo cierto es que, dentro del panorama catastrófico que la Argentina presenta actualmente, el hecho de que un candidato llamado Alfonsín recurra a un economista solvente como González Fraga para acompañarlo en la fórmula es un dato positivo. Claramente, el apellido Alfonsín tiene atractivos electorales, en particular si el candidato opera con el propósito de neutralizar las dudas que ese mismo apellido suscita en cuanto al modo de conducir la economía. La decisión de Alfonsín en el sentido de designar a González Fraga demuestra que Ricardo comprende con claridad cuál es el activo pero también el pasivo de su apellido en el escenario político. No hubiera sido posible que Ricardo Alfonsín elija como compañero de fórmula a un economista liberal ortodoxo porque entonces hubiera recibido críticas muy fuertes desde la izquierda. Pero la elección de González Fraga como compañero de fórmula y el acuerdo con De Narvaez demuestran que el candidato radical está dispuesto a superar las paredes ideológicas y a abrir el juego para atraer a todos los sectores críticos del kirchnerismo hacia un punto de convergencia que todos puedan estar dispuestos a convalidar, al menos como solución coyuntural.

La cuestión de fondo, en definitiva, es que, si la opción es “Cristina o Alfonsín”, como aparentemente sería, el candidato radical ofrece una opción que, dada la coyuntura, admite una adhesión crítica de parte de los liberales. Alfonsín garantiza, al menos, que no procurará imponer un gobierno de naturaleza totalitaria, como lo intenta el kircherismo y seguramente acabará con los focos más cuestionables de la corrupción y del corporativismo del actual gobierno. Moyano no será más el referente inequívoco del sindicalismo con la conformidad del gobierno y dejará de tener la protección judicial que le asegura no ir preso a pesar de los actos de corrupción que la justicia omite deliberadamente investigar. Los medios periodísticos no serán acosados por propalar informaciones que no le agraden al gobierno y seguramente las estadísticas dejarán de ser falsas para volver a tener la credibilidad que les corresponde.

Por cierto que no cabe esperar que bajo un gobierno de Ricardo Alfonsín deje de haber grandes focos de intervencionismo económico. Los liberales no debemos dejar de tener una posición crítica respecto de esas políticas, cuyos efectos nocivos se percibirán nítidamente con el transcurso del tiempo y nos darán argumentos consistentes para expresar nuestras posiciones críticas. Pero un gobierno intervencionista en lo económico pero sin propensiones totalitarias en lo político, deja abierto el espacio para el ejercicio de esa crítica. El kircherismo, en cambio, opera con el deliberado propósito de bloquear inclusive esa posibilidad. Por eso la candidatura de Alfonsín admite una valoración positiva desde una perspectiva liberal. Bajo un hipotético gobierno de Alfonsín hay buenas probabilidades de que el liberalismo encuentre el espacio favorable para convertirse en una alternativa válida. Si el kirchnerismo continuara en el gobierno ese espacio se tornaría mucho más acotado o directamente sería inexistente. La opción kirchnerismo-alfonsinismo es parecida a la de 1983, Lúder-Alfonsín. En aquella ocasión, el liberalismo, a través de la UCEDE liderada por el ingeniero Alsogaray, consiguió abrirse un espacio en el escenario político y ejerció una considerable influencia que derivó finalmente en la política de reformas aplicadas a partir de 1989 por el gobierno de Menem. Parecería haber alguna analogía con aquella circunstancia en este momento.

El escenario electoral de octubre aún no está totalmente definido. Es indudable que el peronismo va a reaccionar ante la noticia del rumbo que Alfonsín está siguiendo. Los peronistas son concientes de que la certeza de su triunfo en octubre ha dejado de tener vigencia. Y no debe descartarse la hipótesis de que algo harán para no quedar derrotados si la candidatura de Alfonsín se afianza como perspectiva de triunfo. Al menos, se ha abierto una puerta que genera la expectativa de que los planes hegemónicos del kirchnerismo encontrarán un obstáculo. Ese solo hecho, en sí mismo, es una buena noticia.