El escenario electoral con vistas a octubre ha cambiado y pocos parecen haberlo apreciado. Hasta la semana pasada, la percepción generalizada era que en octubre competirían el kirchnerismo con otras corrientes políticas de su misma tendencia ideológica que pretendían diferenciarse únicamente por ser más “prolijas”, más “republicanas” y quizá menos comprometidas con los intereses sindicales. El presumible acuerdo entre el radicalismo alfonsinista y el líder socialista Hermes Binner encuadraba en ese análisis, donde también, con sus peculiares matices, se ubicaban las corrientes de Elisa Carrió y de Eduardo Duhalde. Este esquema empezó a quedar desactualizado cuando las negociaciones entre Alfonsín y Binner se estancaban como consecuencia del estrechamiento del vínculo entre el radical y Francisco De Narváez. Este decisión de Alfonsín de priorizar su acuerdo con De Narváez por sobre un entendimiento con su “aliado natural”, Binner, tiene lógica en términos electorales porque De Narváez ya demostró que puede traccionar un caudal importante de votos en la Provincia de Buenos Aires. Hasta ahí, la decisión de Alfonsín podía interpretarse como una voluntad de priorizar la estrategia electoral por sobre la ideología.
Pero cuando, días después, Alfonsín anunció que su candidato a vicepresidente será Javier González Fraga, se puso en evidencia que estamos ante una operación política de mayor envergadura. Hay que decirlo sin eufemismos: Alfonsín se corrió hacia la derecha. Y esto sí que es noticia. Porque hasta la semana pasada todos dábamos por descontado que el candidato radical, a imagen y semejanza de su padre, sería un cabal representante de la socialdemocracia, del “progresismo”, del centro-izquierda. Dentro de ese esquema, el acuerdo con Binner hubiera encuadrado perfectamente. Era raro pero entendible –por las razones electoralistas ya apuntadas- que un candidato de centro-izquierda sacrificara su alianza natural con el socialismo para pactar con un referente del centro-derecha moderado como De Narváez. Pero si a eso le sumamos la elección de González Fraga está claro que estamos ante un movimiento político de otra magnitud.
Alfonsín cuenta con la invalorable ventaja de que no necesita demostrar su condición de “progresista”. Esa identificación está implícita en su propio apellido. Y es precisamente por eso que puede volcarse hacia la derecha sin exponerse a las habituales descalificaciones que sufren quienes no cuentan con el respaldo de llamarse Alfonsín. Mauricio Macri, por ejemplo, carga con esa “cruz” y esa es una de las razones por las cuales su política es bastante más populista de lo que él probablemente preferiría. Macri necesita demostrar que no es “oligarca”. Alfonsín no tiene ese problema. ¿Quién acusaría a un Alfonsín de “derechista”? Y, paradójicamente, por ese motivo se puede dar el lujo de volcarse a la derecha y sumar muchos votos independientes sin perder la adhesión de los sectores de centro-izquierda que constituyen su base electoral natural. Si a eso le sumamos que tiene buena imagen personal, que está identificado con los valores democráticos y republicanos, que es un hombre tolerante y que no se lo puede identificar con la corrupción, la conclusión que extraemos es que el kirchnerismo, que daba por descontado su triunfo en octubre, se encuentra en problemas.
Con Alfonsín ha surgido lo que, hasta ahora, no había: un adversario político al que el gobierno no puede denostar, descalificar, atacar. El problema que “mató” las aspiraciones políticas de Julio Cobos –la exposición a las descalificaciones del kirchnerismo- no afecta a la figura de Alfonsín. No se puede descalificar sin motivo visible a un individuo que se llama Alfonsín. El pueblo argentino repudiaría a quien actúe de ese modo. Para los liberales, que tenemos una visión muy condicionada por el recuerdo de la hiperinflación y el fracaso de la política económica de Raúl Alfonsín, esto no tiene demasiado sentido. Pero lo cierto es que el “padre de la democracia” aún hoy suscita un enorme afecto en el sentimiento popular argentino. Los liberales somos una minúscula secta de inconformistas que navegamos a contracorriente de los sentimientos mayoritarios del pueblo.
El dato, por el momento, es que el escenario electoral ha cambiado. Ya no se puede dar por descontado que Cristina Kirchner ganará “caminando”. Le ha aparecido un adversario peligroso. Y, para colmo, el triunfalismo kirchnerista los lleva a subestimarlo, encerrados, como están en la lógica del “ya ganamos”. Peor para ellos, porque se llevarán una sorpresa. Nosotros no vamos a lamentar su fracaso, por cierto.
muy bueno, yo tampoco lamentaré el cambio de gobierno...
ResponderEliminarJulio Lax
Si ser inconformista implica desconfiar la propuesta que viene de los radicales, entonces me imagino que debo ser bien liberal...
ResponderEliminarYo tengo memoria de la última etapa del gobierno alfonsinista y, ni hablar, de la nefasta gobernación de la "Alianza" (De la Rüa). Con eso me basta y sobra con los radicales. Creo que Alfonsín es un oportunista que solamente posee portación de apellido. Si está virando ahora (¿le durará?) a la derecha es porque quiere ganarse a una gran cantidad de potenciales votos disconformes con el actual gobierno. Pero los radichas, que no son chicha ni limonada, ya mostraron su hibridez ideológica y su falta de pragmatismo tanto en materia política como económica.
Ojalá me equivoque y sean una alternativa viable. Pero recuerden un poco el pasado (no tan remoto) y pensemos que también siempre se puede estar peor...
Abrazo!
R.P.
eL ACTUAL GOBIERNO NOS HA RETROTRAÍDO A LA DECADA DEL 70.- yO QUIERO UN CAMBIO DE GOBIERNO QUE NOS SITÚE EN EL SIGLO XXI Y ALFONSÍN ES EL CAMINO EN ESA DIRECCIÓN.-
ResponderEliminarCreo que la mayor virtud, y quizá la única, de que gane Alfonsín es que los kirchneristas se quedarían sin la caja. Estos fulanos con la caja son más peligrosos que mono con navaja.
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