martes, 23 de agosto de 2011

El influjo personal de la Presidenta fue determinante

La victoria del gobierno en las elecciones del pasado 14 de agosto se explica, esencialmente, por la influencia personal de la presidenta, Cristina Kirchner. No existe manera de demostrar científicamente que esto sea así pero se trata de la única hipótesis plausible. No admitir esto implicaría entonces caer en la simplificación de que los factores determinantes del voto han sido Tinelli y el plasma, como lo indicó de modo muy desafortunado el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati.

No podemos admitir esa hipótesis –la del plasma y Tinelli. No podemos aceptar que la amplia mayoría de la población del país ignore la naturaleza del actual gobierno. Todos sabemos quiénes son y qué se proponen los kirchneristas. Nadie desconoce el grado de inmoralidad y autoritarismo con el que actúan. Y por eso la adhesión que el gobierno obtuvo es desconcertante. Es cierto que probablemente haya habido una cierta dosis de fraude y que eso potenció el resultado. Pero, igualmente, la victoria del gobierno ha sido muy amplia. Suponiendo que el fraude haya sido –como mucho- del orden del 7 %, igualmente el grado de apoyo obtenido por el kirchnerismo ha sido muy elevado. Entonces, si el país entero sabe qué clase de gente son ¿cómo se explica tan categórica victoria?

Sería una absoluta simplificación atribuir todo ese apoyo a los hipotéticos errores de la oposición. Es admisible la idea de que la oposición pueda haber cometido algunos errores pero tampoco esas equivocaciones han sido tan graves. La fragmentación, que tanto se cuestiona, es una consecuencia de que hay diferencias reales entre los diferentes representantes opositores. Hubiese sido perfectamente posible, aún con la oposición dividida como se presentó, que el gobierno obtenga muchos menos votos que los que tuvo y que esos sufragios se transfieran a los diferentes candidatos de la oposición.

Pero no fue así. El gobierno obtuvo un altísimo porcentaje de adhesiones. Y entonces, la única explicación es la influencia, la atracción, la seducción personal de la Presidenta. Para aquellos que somos críticos del gobierno, este hecho es incomprensible. Nos parece ilógico que una figura política que nos repele tenga semejante nivel de apoyo. Y, sin embargo, una vez que uno logra despojarse de los sentimientos personales y aplica una mirada objetiva sobre el tema, el hecho de la adhesión obtenida por la Presidenta no es tan absurdo.

Cristina Kirchner es una persona que maneja con superlativa habilidad el arte de la actuación ante el público. Sabe con absoluta precisión cómo desenvolverse para fascinar a la audiencia. Tiene calibrados “al milímetro” cada uno de sus movimientos, de sus palabras, de sus gestos y hasta sabe sacar partido de sus errores, que la humanizan, le quitan el aura de perfección y despiertan la simpatía y la solidaridad de sus espectadores. Debemos admitir, en definitiva, que el espectáculo que la Presidenta ofrece es del agrado de mucha gente que no por eso deja de considerar muy cuestionables múltiples aspectos de la gestión del gobierno. Pero esa visión crítica respecto de la acción gubernamental fue dejada de lado el 14 de agosto para expresar la admiración que la Presidenta inspira. Sólo así, considerando que la fascinación despertada por la conducta de la Presidenta hizo soslayar las apreciaciones críticas hacia la gestión del gobierno, se puede entender que gente que es conciente de todas las irregularidades que el kirchnerismo perpetra, igualmente haya apoyado al oficialismo.

La duda que se plantea es si esta misma consideración operará de idéntico modo el 23 de octubre, cuando se realice la elección en la que verdaderamente se dirima el rumbo del país durante los próximos cuatro años. Porque, en definitiva, el 14 de agosto, se votó sabiendo que no se resolvía nada y que los resultados no tendrían vigencia efectiva. Por lo tanto, si el factor determinante para votar en una elección no resolutiva fue el encanto personal de la Presidenta, habrá que ver si, cuando llegue “el momento de la verdad”, el criterio de decisión es el mismo. Bien podría suceder que ese “glamour” tan apropiado para ganar una elección “amistosa”, termine resultando inocuo cuando haya que elegir quién gobernará efectivamente. Ese es un interrogante que, hasta el 23 de octubre, no tendrá una respuesta definitiva.

1 comentario:

  1. Hemos llegado al colmo de la estupidez...No podemos criticar al votante. Ni a la sociedad. No podemos decir que tal o cual elección es errónea porque automáticamente somos descolgados, fachos, o simlemente idiotas. Una cosa es decir que la gente te da asco, por su elección como hizo Fito Páez, pero otra muy distinta es decir que la elección no ha sido la mejor. Yo hago un balance sencillo: los candidatos opositores, por más que los junten no hacían uno serio. Y la Presidente era la opción lógica del miedo. No había nada que elegir. Es una prolongación de lo mismo que hemos tenido hasta ahora: corrupción, soberbia, improvisación, populismo y poca cosa más. Ha habido sectores que estarán contentos: siempre hay gente contenta hasta en las tragedias griegas. ¿Qué nos indica todo esto? Que la oposición, más que eso ha sido un supositorio que encima, en lugar de colocarlo en el culo adecuado nos lo han puesto a todos los que no tenemos enfermedad. Por su propia incapacidad, por sus veleidades personalistas, por no saber decir las cosas con claridad, por tener miedo... por eso, por todo eso, la OPOSICIÓN, ahora va a tener más de lo mismo. O sea, 4 años más de kirchnerismo. Y lo peor es que lo vamos a sufrir tanto ellos como nosotros, que en definitiva somos quienes pagamos sus pelotudeces y sus emolumentos (porque que yo sepa, ninguno vive del aire...). El pueblo votó mal, CUANDO NO LE DEJARON ELEGIR A SUS REPRESENTANTES (¿o usted participó en algún Congreso de partido, o escuchó algún debate?) El pueblo se equivocó, porque TODOS deberían haber votado en blanco a TODOS los candidatos, incluída la Presidente. De esa forma, se habrían dado cuenta que con la gente NO SE JUEGA.Pero no tenemos el valor de hacerlo, y ni siquiera de plantearlo. ¿Para qué vamos a votar si luego ellos van a hacer lo que se les ocurre? Es hora de hacer algo. Votemos, pero hagámoslo bien. Y sin dejar resquicios a las dudas. O seguiremos siendo lo que somos: Un país de primera, con ciudadanos de segunda, con una economía de tercera y gobernados por políticos de cuarta...

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