martes, 14 de junio de 2011

La acusación de Bonafini a Schoklender vulnera hasta los códigos del hampa

La actitud de la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, en el sentido de presentarse ante la justicia como querellante por las presuntas malversaciones de su ex apoderado, Sergio Schoklender, constituye el colmo de la desfachatez. Que Bonafini procure demostrar su inocencia, sería lógico y aceptable porque nadie tiene por qué declarar en su contra. Pero esta actitud de victimizarse y ensañarse con quien hasta hace poco fue su “mano derecha” es verdaderamente una canallada que sólo una persona impregnada de una enorme inmoralidad puede cometer.

Conviene poner el tema en foco: no es creíble que Bonafini ignorara, por lo menos en sentido general, cómo operaba Schoklender. Bonafini puede argumentar –y quizá algo de verdad haya en esto- que desconocía los detalles de la gestión de su apoderado. Por cierto que, aún admitiendo que esto sea así, demostró poca vocación por aclarar los hechos mientras Schoklender estaba en funciones si admitimos que no podía desconocer los lineamientos generales de la metodología de su subordinado y, a pesar de eso, no se ocupó se supervisar con más detenimiento qué estaba sucediendo. En ninguna organización institucional un funcionario que rinde cuentas a sus superiores puede incurrir en delitos tan graves como los que se le imputan a Schoklender si los jefes se ocupan de estar informados sobre las actividades de sus subalternos. Schoklender, de acuerdo con las acusaciones que pesan sobre él, no se “quedó con un vuelto”, ni gastó de más de la “caja chica”. Schoklender aparentemente montó una estructura delictiva que le reportó fortunas de ganancias ilícitas. La magnitud de las operaciones de Schoklender es lo que torna inaceptable el pretendido argumento de Bonafini en el sentido de que ella no sabía lo que su apoderado estaba haciendo. La argumentación de Bonafini equivale a ver un animal gris, gordo, con cuatro patas y trompa y luego señalar que no se percató de que estaba frente a un elefante... Es demasiado infantil, burdo, evidente como para darle crédito a los argumentos de Bonafini en el sentido de que ignoraba qué estaba haciendo Schoklender.


Pero, aunque no sea creíble, es esa una línea de argumentación entendible como estrategia de defensa ante la justicia. Bonafini podría adoptar la postura de que ella es una persona muy dolorida por la tragedia de sus hijos supuestamente desaparecidos, situarse en el papel de abuelita víctima de un hombre malvado que se aprovechó de su bondad y tratar de desligarse del tema. Hasta ahí, podemos no creerle a Bonafini –y, de hecho, no le creemos- pero se trata de una estrategia de defensa judicial que el fiscal debería desactivar por medio de pruebas. La justicia no condena por “falta de credibilidad” sino cuando aparecen elementos objetivos de juicio que permiten verificar la culpabilidad de quien está acusado. Que Bonafini adopte la postura de “hacerse la zonza” para tratar de desligarse de las operaciones de Schoklender puede ser una estrategia procesal y, aunque no eluda la condena política de quienes la consideramos una persona repudiable, puede llegar a obtener una sentencia judicial favorable y, al menos, tener un argumento en su favor en términos de la presentación ante la opinión pública. Si algo así sucediera, podría decirnos a quienes la reprobamos que “fui absuelta por la justicia”. Y entonces deberíamos enredarnos en desaprobar a Oyarbide, acusar al kirchnerismo de cooptar a los jueces, cuestionar la falta de transparencia institucional... En definitiva, Bonafini habriá conseguido “embarrar la cancha” y sus críticos nos quedaríamos hablándole a la luna.

Pero la actitud de acusar a Schoklender por parte de Bonafini es una canallada que va mucho más allá de eso. Esa es una actitud aún peor que la de la mafia, que sentencia a sus propios miembros cuando dejan de resultarle útiles o pueden tornarse peligrosos. La estrategia de Bonafini es que, para salvarse ella, debe pisotear a un Schoklender que por supuesto es un personaje absolutamente despreciable pero que fue el ladero de la señora de Bonafini hasta el mes pasado. Esto no se hace, señora. Una cosa es que se quiera salva usted, pero que acuse a quien fue su secuaz hasta hace pocas semanas vulnera hasta los más elementales códigos del hampa. Su actitud, señora de Bonafini, es una “buchoneada” vergonzosa. Su conducta es inmoral hasta para los códigos mafiosos porque la mafia, al menos, no denuncia ante la justicia sino que asesina a los testigos peligrosos pero se hacen cargo los propios delincuentes del acto de ejecución. Este gesto de Bonafini de presentarse ante la justicia y denunciar a Schoklender demuestra el nivel ético con el que la presidenta de Madres de Plaza de Mayo actúa. No hay mucho más para decir. Es mejor guardar un piadoso silencio porque el tema es tan inmoral que no existen palabras suficientes para condenarlo.

3 comentarios:

  1. CREO QUE ERA SU DEBER PRESENTARSE COMO QUERELLANTE O ACEPTAR SU COMPLICIDAD. A VER SI ALGÚN ABOGADO PUEDE ACLARAR SI ES ASÍ.

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  2. Si bien de Oyarbide puede esperarse cualquier cosa... Existe un duda razonable en la complicidad existente. Por lo que jamás debería aceptar la querella.

    Para el anónimo de arriba... Para nada. La figura del querellante es absolutamente voluntario. Es solo una colaboración con la parte acusadora, es decir, el fiscal. En este caso, es mas bien un mensaje mediático.

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  3. De la misma manera, la 'juventud maravillosa' denunciaba otros para salvar el pellejo.

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