martes, 7 de diciembre de 2010

Moyano, en una situación de debilidad política


El sindicalista Hugo Moyano no está pasando por un buen momento. La justicia lo acosa por maniobras sospechosas en la obra social de su gremio, donde está involucrada la propia esposa de Moyano, y el gobierno que tanto lo prohijó le está dando la espalda, lo cual es lógico porque, si no le impusieran límites, el líder camionero, consecuente con sus prácticas habituales, avasallaría a sus propios aliados. Huelga decir que el hecho de que Moyano se encuentre políticamente debilitado es un dato positivo de la realidad.

Moyano había empezado a tener problemas antes de la muerte de Néstor Kirchner y circulan versiones –nunca definitivamente confirmadas pero tampoco negadas abiertamente- de que la noche previa al fallecimiento del ex presidente ambos discutieron agriamente porque el camionero percibía que el ex presidente no le prestaba todo el apoyo político esperado. Días antes, una reunión del peronismo bonaerense convocada por Moyano había fracasado por falta de quorum ante la orden de Kirchner a sus seguidores de que no concurran al encuentro. De ahí en más, Moyano pasó a depender de Daniel Scioli para poder conseguir quorum, hecho que marca nítidamente que el proyecto hegemónico de Moyano encontró un límite que no ha podido superar.

Moyano es un personaje absolutamente impopular que había encontrado un marco favorable para su desenvolvimiento durante el gobierno de Kirchner, quien convalidaba sus actos patoteriles porque le resultaban funcionales a sus planes de conflicto permanente, en particular con cualquier foco de poder o acción que estuviera fuera del control gubernamental. De ese modo, había una alianza entre Kirchner y Moyano porque ambos se resultaban mutuamente funcionales. Pero ya en los últimos tramos de la vida de Kirchner estaba pasando que Moyano se había tornado difícil de manejar porque no se sometía a las directivas políticas del jefe sino que operaba por cuenta propia. Típicamente, Moyano promovía bloqueos contra empresas que tuvieran empleados afiliados a otros gremios a los que el camionero forzaba a volcarse hacia su sindicato. Estas prácticas provocaban serios problemas a toda la productividad de la economía. En ocasión del bloqueo a la firma SIDERAR, la carencia de acero estuvo a punto de paralizar gran parte de la industria del país, por ejemplo.

En este contexto, Moyano se encontró con falta de apoyo político y el asedio de la justicia por supuestas maniobras ilegales referidas a la comercialización de medicamentos. El negocio ilegal del que se acusa a la obra social camionera está relacionado –como tantas otras operatorias similares- con la intromisión del estado donde debería mantenerse al margen. El estado paga reintegros a las obras sociales sindicales por una parte de los costos que estas afrontan por la provisión de prestaciones medicinales (si el estado se hace cargo de los costos, no se entiende para qué existe la estructura burocrática de las obras sociales pero ése es otro debate). La acusación que pesa sobre la obra social controlada por Moyano es la de declarar un número mucho mayor de prestaciones que las que efectivamente se realizaron. De ese modo, el monto recibido por los reintegros estatales es sustancialmente mayor.

Es posible que estemos en los momentos iniciales de la decadencia política de Moyano. Aunque esto no va a implicar la desaparición ni mucho menos de la nefasta burocracia sindical peronista, al menos es positivo que su exponente más reprochable esté en una situación de debilidad política. Dentro del largo proceso que demandará el desmantelamiento del aparato burocrático del sindicalismo, la desestabilización de Moyano sería una noticia positiva. Otros líderes sindicales poderosos –Lorenzo Miguel, Ubaldini, Triaca- pasaron al ostracismo una vez superado su momento de esplendor. Quizá empiece a prefigurarse el ocaso del camionero Moyano.

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