
Entre los tantos disparates que se escuchan por estos días en relación a las causas de la inflación, uno de los más absurdos es el que hace alusión a “las grandes empresas formadoras de precios”... Si no fuera porque en cada ida al supermercado el dinero vale menos que en la visita anterior, ese argumento sería gracioso y hasta podría dar motivo para una representación farsesca. Conviene, entonces, dado que el gobierno parece no entenderlo y en su confusión transmite un mensaje erróneo, explicar brevemente cómo se forman los precios.
Los precios son la expresión del valor que la demanda –es decir, los consumidores- atribuyen a un producto cualquiera. Una botella de gaseosa vale tanto como el promedio de los consumidores estén dispuestos a pagarla. Las empresas venden la botella de gaseosa al mejor precio que puedan obtener por encima de los costos de producción. Si ese mejor precio fuera inferior a los costos de producción, no se venderían gaseosas. Pero si el precio que los consumidores están dispuestos a pagar por esa botella es muy superior a los costos de producción, se abre la posibilidad de que alguien esté dispuesto a vender esa misma botella por menos dinero y que se genere una situación de competencia que haga bajar el precio de la botella de gaseosa, lo cual beneficiará a los consumidores porque podrán comprar más barato. Esa competencia tiene como límite inferior los costos de producción, ya que, por debajo de ese límite, la producción de gaseosas comenzaría a tornarse deficitaria y ninguna empresa tendría interés en ofrecer ese producto a la venta a un precio que genere pérdidas.
Conocido este proceso, la afirmación de que hay “empresas formadoras de precios” resulta disparatada. No hay “empresas formadoras de precios” sino empresas que procuran ganar dinero vendiendo sus productos y consumidores que deciden si compran o no lo que tales empresas les ofrecen. De la interacción entre unos y otros surge el precio de cada producto (por ejemplo, las gaseosas). La pregunta que se plantea en este punto, por lo tanto, es la siguiente: ¿por qué hay inflación entonces?
Hay inflación, esencialmente, porque el gobierno emite y pone en circulación grandes cantidades de billetes -de pesos- los cuales se van sumando constantemente a la totalidad del dinero en circulación. Al aumentar la cantidad de pesos en circulación, alguna gente –es decir, algunos consumidores- tienen más dinero disponible. Esa mayor disponibilidad de recursos los hace estar en condiciones de pagar precios más elevados por los productos que pueden comprar (recordemos que los productos valen tanto como el promedio de los consumidores están dispuestos a pagarlos) y así es como producen el efecto inflacionario que, una vez puesto en marcha, se realimenta a sí mismo porque los aumentos de unos productos hacen que otros consumidores, que aspiran a consumir los productos que se encarecieron, reclamen para sí más billetes para poder compensar la pérdida de poder adquisitivo que sufrieron por los aumentos de precios. Pero esa demanda de más billetes para compensar las pérdidas iniciales provoca más emisión monetaria, la que le da nuevo impulso al proceso inflacionario, el cual se va acelerando y potenciando incesantemente a sí mismo, de modo que precios y salarios se lanzan a una carrera desenfrenada donde todo el desenvolvimiento de la economía concluye por descontrolarse completamente.
Todo esto demuestra que el argumento de las “empresas formadoras de precios” es una de las tantas falacias del gobierno kirchnerista para justificar su propia ineptitud para conducir la economía y garantizar el valor de la moneda. Como siempre, la forma de eliminar la inflación es restringir severamente la emisión monetaria y reducir sustancialmente los gastos del estado. Pero esto impediría la práctica del clientelismo porque no habría modo de financiar esas políticas. Esa es la contradicción insalvable de la política económica kirchnerista. Y, como es habitual, la víctima de esas inconsistencias es el pueblo...
Los precios son la expresión del valor que la demanda –es decir, los consumidores- atribuyen a un producto cualquiera. Una botella de gaseosa vale tanto como el promedio de los consumidores estén dispuestos a pagarla. Las empresas venden la botella de gaseosa al mejor precio que puedan obtener por encima de los costos de producción. Si ese mejor precio fuera inferior a los costos de producción, no se venderían gaseosas. Pero si el precio que los consumidores están dispuestos a pagar por esa botella es muy superior a los costos de producción, se abre la posibilidad de que alguien esté dispuesto a vender esa misma botella por menos dinero y que se genere una situación de competencia que haga bajar el precio de la botella de gaseosa, lo cual beneficiará a los consumidores porque podrán comprar más barato. Esa competencia tiene como límite inferior los costos de producción, ya que, por debajo de ese límite, la producción de gaseosas comenzaría a tornarse deficitaria y ninguna empresa tendría interés en ofrecer ese producto a la venta a un precio que genere pérdidas.
Conocido este proceso, la afirmación de que hay “empresas formadoras de precios” resulta disparatada. No hay “empresas formadoras de precios” sino empresas que procuran ganar dinero vendiendo sus productos y consumidores que deciden si compran o no lo que tales empresas les ofrecen. De la interacción entre unos y otros surge el precio de cada producto (por ejemplo, las gaseosas). La pregunta que se plantea en este punto, por lo tanto, es la siguiente: ¿por qué hay inflación entonces?
Hay inflación, esencialmente, porque el gobierno emite y pone en circulación grandes cantidades de billetes -de pesos- los cuales se van sumando constantemente a la totalidad del dinero en circulación. Al aumentar la cantidad de pesos en circulación, alguna gente –es decir, algunos consumidores- tienen más dinero disponible. Esa mayor disponibilidad de recursos los hace estar en condiciones de pagar precios más elevados por los productos que pueden comprar (recordemos que los productos valen tanto como el promedio de los consumidores están dispuestos a pagarlos) y así es como producen el efecto inflacionario que, una vez puesto en marcha, se realimenta a sí mismo porque los aumentos de unos productos hacen que otros consumidores, que aspiran a consumir los productos que se encarecieron, reclamen para sí más billetes para poder compensar la pérdida de poder adquisitivo que sufrieron por los aumentos de precios. Pero esa demanda de más billetes para compensar las pérdidas iniciales provoca más emisión monetaria, la que le da nuevo impulso al proceso inflacionario, el cual se va acelerando y potenciando incesantemente a sí mismo, de modo que precios y salarios se lanzan a una carrera desenfrenada donde todo el desenvolvimiento de la economía concluye por descontrolarse completamente.
Todo esto demuestra que el argumento de las “empresas formadoras de precios” es una de las tantas falacias del gobierno kirchnerista para justificar su propia ineptitud para conducir la economía y garantizar el valor de la moneda. Como siempre, la forma de eliminar la inflación es restringir severamente la emisión monetaria y reducir sustancialmente los gastos del estado. Pero esto impediría la práctica del clientelismo porque no habría modo de financiar esas políticas. Esa es la contradicción insalvable de la política económica kirchnerista. Y, como es habitual, la víctima de esas inconsistencias es el pueblo...