jueves, 25 de noviembre de 2010

El año parlamentario concluido ayer no arroja ningún saldo positivo


Concluyó ayer un año legislativo que no deja margen para ningún comentario positivo. Había una pequeña expectativa de que la nueva composición del Congreso, surgida de las elecciones de 2009, donde el kirchnerismo había perdido la mayoría, diera lugar a algunos cambios pero esa expectativa no se cumplió, en gran medida como consecuencia de la pusilanimidad de la oposición y el eficaz desenvolvimiento del oficialismo, que logró casi siempre neutralizar cualquier iniciativa que pudiera oponerse a sus designios. La única excepción fue cuando la oposición, con el voto determinante del vicepresidente, Julio Cobos, logró sancionar la norma que establecía el 82 % móvil para los jubilados, ley que fue vetada por el Poder Ejecutivo.

Pero lo que importa no es el contenido propiamente dicho de las leyes, que en casi todos los casos es cuestionable desde un punto de vista liberal, sino el modo en el que la actividad parlamentaria se desarrolla. Hacemos hincapié en esto, en las formas, porque sería una ingenuidad esperar que los partidos políticos más importantes –y los menos importantes también- sancionen leyes de contenido liberal. Pero si al menos los debates parlamentarios se desarrollaran dentro de un marco formal argumentativo, la posibilidad de dejar sentadas posiciones de orientación liberal, al menos en el plano testimonial, tendría un sentido político razonable. Lo lamentable del parlamento argentino es que los debates carecen por completo del mínimo contenido conceptual. Por lo tanto, ni siquiera tiene sentido ejercer la oposición ante los partidos mayoritarios. Los legisladores, con escasísimas excepciones, son tan limitados, tan mediocres, tan inoperantes, que ni siquiera ofrecen flancos apropiados para cuestionarlos. Y si alguien intentara iniciar un debate conceptual, la población no lo escucharía y su voz quedaría ahogada en la indiferencia generalizada.

Los liberales no podemos pedir que los legisladores sancionen leyes liberales porque semejante requerimiento sería excesivo. Pero lo que sí nos gustaría es que, al menos, debatan civilizadamente y que expongan las razones por las cuales son partidarios del estatismo, del intervencionismo, del dirigismo. Es también cierto, en este sentido, que quienes estamos enrolados en el liberalismo tenemos una cuota de responsabilidad porque es bastante posible que, si tuviéramos una oportunidad de hacernos oir, nos faltaría “muñeca” política para desenvolvernos, de modo que, aunque pudiéramos hacerlo, es posible que no seamos capaces de expresarnos apropiadamente porque nosotros mismos también estamos inmersos en la confusión predominante.

El punto de partida para que Argentina encuentre la cordura política –que es dudoso que alguna vez la haya tenido- es que se establezca un sistema de convivencia institucional mínimamente ordenado. En ese contexto, aunque las ideas debatidas sean malas, al menos habrá margen para que aparezcan las iniciativas positivas. Ese espacio, actualmente, no existe, en gran medida, por cierto, porque el kirchnerismo hace todo lo posible para impedir que aparezca pero también porque todas las corrientes de la oposición son incapaces de establecer algún mecanismo para neutralizar los planes de sabotaje institucional del gobierno.

El balance, en definitiva, es negativo y sin perspectivas de que la situación cambie dentro de un plazo previsible. Quizá a partir del recambio gubernamental se modifique también el clima político y sobrevenga un tiempo menos confrontativo y con más margen para el ejercicio de un criterio de convivencia que abra resquicios por los cuales pueda ir inoculándose gradualmente una mayor racionalidad. En ese contexto, si las sabemos aprovechar, es muy probable que los liberales encontremos oportunidades para hacernos oir. Si eso ocurre, se habrá abierto una brecha que, al menos dejará margen para la esperanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario