martes, 5 de octubre de 2010

El liberalismo, sin presencia electoral


Ningún proyecto de orientación liberal tendrá presencia alguna en el proceso electoral de 2011. Esto sucederá en parte por factores objetivos que dificultan la presencia política del liberalismo pero también en buena medida por errores de los propios liberales. Más allá de cuáles sean las razones para que esta ausencia electoral del liberalismo se produzca, lo cierto es que, a esta altura, resulta imposible revertir la situación porque no hay tiempo para instalar un proyecto liberal y tornarlo mínimamente competitivo en términos electorales. Por lo tanto, una vez más, no habrá quien represente expresamente al liberalismo en los cuartos oscuros y, por ende, en las urnas.

La puesta en marcha y el desarrollo de un proyecto político demanda el cumplimiento de ciertas condiciones, la más importante de todas es la de tener un discurso y un programa políticos inteligibles. Esto es algo en lo cual los liberales estamos severamente en déficit, principalmente porque tendemos a privilegiar los contenidos doctrinarios por sobre las demandas populares, sin comprender que quienes votan son, en definitiva, los que deciden. Esto no significa que el liberalismo deba desnaturalizar sus propuestas para obtener más votos, lo cual sería un acto demagógico, sino que es necesario buscar, entre los conceptos que configuran los principios teóricos del liberalismo, aquellos que puedan ofrecer respuestas satisfactorias a las demandas populares.

Se trata, por cierto, de una tarea bastante árida porque las posibilidades de obtener un reconocimiento significativo son relativamente escasas. Quizá sea por eso que nadie ha sentido la vocación por asumir para sí esa responsabilidad. Pero lo cierto es que ése es el camino que es necesario seguir para lograr que el liberalismo se instale en el escenario político. Por lo demás, es también indispensable que el desenvolvimiento político de quienes representen políticamente al liberalismo sea coherente en lo político sin tornarse dogmático y, obviamente, digno en el plano ético sin la pretensión de convertirse en fundamentalistas de la decencia, empeñados en descubrir cotidianamente las supuestas inmoralidades de los demás.

En definitiva, para representar políticamente al liberalismo es necesario convivir con las demás fuerzas políticas sin dejarse avasallar por los populismos predominantes pero, al mismo tiempo, tratar con ellos con la suficiente flexibilidad como para lograr las adhesiones que sean posibles para las iniciativas de orientación liberal que las circunstancias permitan ir instrumentando operativamente. Las instituciones parlamentarias ofrecen muchas oportunidades de practicar este sutil arte de sostener las propias ideas y, al mismo tiempo, interactuar con las ajenas. Después de las elecciones presidenciales del año próximo, es altamente probable que surjan oportunidades aún más favorables para que el liberalismo despliegue una acción política con contenidos específicos. Cuando ese momento llegue, habrá que elaborar las estrategias para aprovechar esa circunstancia favorable.

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