martes, 8 de marzo de 2011

Civilización y barbarie

En la edición de La Nación de ayer, lunes, apareció una información que “pasó de largo” pero admite una profundización porque representa, simbólicamente, lo peor de la realidad argentina. En un nota titulada “Señales de que el modelo ha muerto”, firmada por el periodista Carlos Pagni, donde se hace un análisis general de la situación económica, se trata, entre otros, el tema de los pedidos de aumento salarial por parte de los gremios. Y se consigna una declaración atribuida a “un ejecutivo de uno de los mayores grupos nacionales”, quien expresó que "aunque ciertos aumentos sean una insensatez, es muy difícil negarse. Los gremios se han acostumbrado en estos años a la acción violenta, con ocupación de plantas y cosas por el estilo, que nadie frena. Lo más sencillo, entonces, es firmar lo que sea y trasladarlo a precios".

La significación implícita de esa frase es terrible. El hecho de que los empresarios acepten como un dato inmodificable de la realidad que deben ceder ante las extorsiones de los sindicalistas es demostrativo de la escala de valores vigente de hecho actualmente en nuestro país. Vivimos –y no solo eso, lo aceptamos con naturalidad- en la selva...

Pero, de alguna manera, bienvenido sea que se blanquee la realidad. Porque lo que expresó este empresario no es algo que no sepamos. Por el contrario, todos lo percibimos y lo sufrimos diariamente. Pero no hay tantas ocasiones en las que eso quede expresado tan nítidamente y planteado de un modo tan explícito.

La convivencia en el estilo propio de la selva es la esencia del modelo kirchnerista. Parecería que Argentina es un país que no ha evolucionado nada y seguimos inmersos en la disyuntiva “civilización o barbarie” planteada en 1845 por Sarmiento. Pero lo más trágico es que esta barbarie es impulsada en nombre y con los argumentos de que en esto consiste la civilización. La barbarie kirchnerista pretende esconder su brutalidad bajo argumentos que la hagan pasar como un gran avance de la civilización. Mientras tanto, las relaciones comerciales, como lo reconoció resignadamente el empresario citado por la nota, operan bajo el mecanismo de la extorsión.

Seguramente no faltará aquí quien cuestione al empresario haber dicho que trasladará a precios los aumentos salariales que los gremios le exigen compulsivamente. ¿Y qué pretenden que haga? ¿Que la empresa opere a pérdida? Es obvio que a los empresarios no les conviene vender más caro para financiar salarios porque eso termina repercutiendo negativamente en el volumen de ventas y no les aumenta el nivel de ganancias. Pero lo más riesgoso de toda esta dinámica es que resulta insostenible en el tiempo. No se puede estar constantemente corriendo una carrera infinita entre costos de producción, precios y salarios, todo ese esquema a la larga termina en una escalada inflacionaria descontrolada.

Pero el problema de fondo no es la inflación sino la vigencia de la ley de la selva, el hecho de que vivamos en una sociedad sin ley, sin principios, sin valores. Está claro que no podemos esperar del kirchnerismo que los establezca y por lo tanto es inútil pedirle que lo haga. Pero además existe el problema de que, para oponernos a los métodos de los sindicatos denunciados por el empresario que formuló esa declaración, no queda más recurso que apelar a la fuerza física. Frente a quien elige la opción de la violencia y no cede ante ningún argumento verbal, el único método de acción posible es el ejercicio o al menos la amenaza de la fuerza. En nuestro país hay un gran miedo al empleo de la fuerza por el riesgo de que se produzca una escalada descontrolada, como la que se produjo durante la década del ’70, cuando la lucha entre el terrorismo y las fuerzas armadas derivó en enfrentamientos muy virulentos cuyas consecuencias están aún vigentes. Pero estamos ante una situación que prácticamente no nos deja alternativas. El problema no tiene solución visible por el momento. Pero este cuadro de situación muestra la gravedad latente del problema. Vayámonos haciendo cargo porque cuanto antes enfrentemos la situación, menos difícil será resolverla.

2 comentarios:

  1. Pero a su vez, cierta clase de "empresarios" ( no me gusta mucho llamarlos empresarios , no son merecedores) no lo acepta tan de mala gana, porque trasladar a precios los mayores costos sólo lo puede hacer el que tiene una espalda financiera y gubernamental, lo mismo que afrontar indemnizaciones descabelladas, y demás leyes laborales que no son un problema para las grandes empresas sino para las más chicas y numerosas.... todo lo contrario, para las empresas cómplices de este sistema , son reaseguros para mantener una barrera de ingreso a la competencia y un nivel de desocupación que aseguran la mano de obra barata y salarios bajos , por falta de demanda laboral....
    Las cadenas de las leyes laborales del fascismo no atan al empresario al trabajador sino que atan al trabajador al empresario prebendario y al sindicalismo oficial, una "estabilidad" que se parece mucho a la que ofrece un salvavidas de plomo ... te sostiene "establemente" en el fondo del río .-

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  2. Toda barbarie tiene su origen y expresión en hechos del pasado, que se manifiestan en el presente y amenazan con el caos general en el futuro. Que el gran empresariado argentino haya licuado sus enormes deudas y déficit comerciales durante las dos últimas crisis (hiperinflación, 1989; default internacional, 2001) tiene su connotación negativa en la enorme fuga de capitales que se produjo entonces y en un vaciamiento del mercado interno de los factores necesarios para estabilizar una economía de por sí vulnerable.
    La violencia sindical ya tiene sus buenos años en la política argentina, y no se remonta a los años de plomo de los '70, sino mucho antes del gobierno de facto de Onganía. Aquí es donde se entremezclan los intereses políticos con las perspectivas de desarrollo de un modelo sustentable de país al largo plazo, puesto que cada acción indiscriminada de los sindicados reditúa en un beneficio político para aquellos que los incitan a la barbarie; a saber: el mayor número de votos posibles, para sobrevivir otro período más en algún cargo político. Mientras tanto, es la sociedad quien debe cargar con todos los costos derivados de tan abominable cálculo matemático-financiero.
    Poner un límite a la violencia sindical implicaría la muerte no solamente del modelo "K", sino también de lo que actualmente se llama "modelo democrático", inspirado éste en discursos setentistas que ya no guardan ninguna relación con el presente. Las soluciones estarán a largo plazo, conforme cambien los patrones del mercado internacional y sus repercusiones a nivel interno; mientras tanto, quedan dos caminos por seguir: la confrontación abierta -y lo que ello implique por demás- o la destrucción de la riqueza nacional a favor del chantaje sindicalista -cuyos últimos pagaderos son no solamente los trabajadores, sino todos los argentinos en general-.

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